Roma – 1497-1503 – Fiora Cavazza
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=9Lnh_QPE1QU]A QUIEN TÚ SABES
La Rosa en flor rebosa de clientes, la mayoría repugnantes. Madonna Solari nos dice que charlemos con ellos. Flirteo, romance, seducción… Lo que sea necesario. A los poderosos les encanta vivir fantasías. El dinero y la lujuria no escasean en Roma, y el negocio va mejor que nunca.
Juego Limpio
La suciedad se puede ocultar con sombras. Los hedores se enmascaran con perfumes importados. La enfermedad es… más difícil. Madonna Solari despide enseguida a las chicas con síntomas, pero con tantos marineros que vienen del extranjero, es una batalla perdida. Aún así, nuestro trabajo continúa.
Este no está demasiado mal. Tiene algunos contactos menores. Recitamos poesías. Sus dientes parecen querer huir de su boca; distorsionan su habla y me esfuerzo por entenderle. Por suerte, no pretende besarme.
Otro más. Tiene un sarpullido en el pecho, como escamas hinchadas sin color. No le dejo entrar. ¡Qué asco! Me dicen que es un comandante y que tal vez se vengue. Me río.
Este mercenario es guapo y adinerado. Me pagará bien. Tiene cicatrices de guerra en la cara. A las mujeres nobles no les gusta eso, pero yo creo que imprime carácter. Empieza a desvestirse, y yo hago lo propio.
¡Una aventurera! La invito a entrar. Las mujeres suponen menos riesgo, aunque arriesgan mucho dejándose ver con nosotras. Es artista. Conoce al menos a uno de los maestros, pero no me dirá su nombre. Tal vez la próxima vez.
He oído lo que dice este hombre fuera de su iglesia. Ristoro. Una bestia insaciable que se burla del hábito que viste. Él lo niega, pero todos sabemos que sirve a los Borgia. Tolero sus perversiones.
Hoy no ha habido contactos interesantes, pero tendré que insistir. Solo necesito un “amigo” influyente y me despediré de madame Solari y la Rosa en Flor. No quiero ser ingrata, pero tengo demasiada clase para este lugar.
Jugando con el Peligro
El Jubileo ha traído a gente de todo tipo a Roma. Algunos son famosos. Otros son ricos. Hoy tenemos un grupo de clientes que promete. Sonrío y camino contoneándome. Este puede ser el día.
Este dice ser príncipe. Lleva perfume, pero es un aroma de imitación más fuerte que el mío. Dedica más tiempo a peinarse que yo. Sus rizos son perfectos y cuida cada pelo de su barba. Cada una de sus palabras es igual de artificial.
Este embajador es muy valioso. Ansía compartir sus secretos y le prometo total confidencialidad. ¡Es como si saliesen monedas de oro de su boca!
Recibo a un banquero de Florencia. Esperaba una buena propina, pero debí ser más realista. Aun así, me ha presentado a algunos de sus importantes compañeros.
Un acento fuerte que no identifico. Sin duda ha hecho un largo viaje para el Jubileo y quiere relajarse. Yo le ayudo. Empieza a contar historias de su país y su impresión de Italia. Su opinión es peligrosa. Me dice que varios políticos de Roma están de acuerdo con él.
¡Una hora con un caballero! Me corteja. Me halaga. Empieza a hacerme preguntas. Ya veo: él también tiene su juego. Intercambiamos información.
Hoy he conseguido aliados. Ya conozco el círculo social de Roma. Las otras chicas están celosas. Bien. Me he ganado todo lo que tengo.
Sobornos
Esta noche escoltaré a Santino, el hermano de Madonna Solari. Yo le tomaré de un brazo y Lucía del otro. Es peligroso, es un estafador. Me quejo, pero pronto veo que por mucho que proteste, no me servirá de nada.
Santino entrega dinero de sobornos. No me cuenta lo suficiente para que conozca a sus contactos. ¿Quiénes serán?
Ahora, amenazas. ¡Santino pega a un hombre! Quiere información y la consigue. Rutas marítimas. ¿Comercio de esclavos?
Pregunto a Santino y me responde con una bofetada. Lucía me defiende y obtiene la misma respuesta.
Santino nos dice que esperemos en un patio y llama a una puerta cercana. Nadie responde. Patea la puerta, pero no cede. Se enfada y maldice.
Hemos jurado silencio, pero no entendemos lo que hemos visto. Recalca su amenaza con un destello de su daga. No me impresiona, pero Lucía llora.
Solo me he quedado con una vaga idea de los negocios de Santino, que parecen estar derrumbándose. Su ira le traiciona: tiene miedo. Con sus errores ha ganado enemigos. Nos asegura que su hermana sabrá de nuestra ayuda y se marcha. Cuando dobla la esquina, escupo.
Ha Entrado
Santino entra en la Rosa en Flor. Tiene un golpe en la mejilla. Un hombre le sigue. Bien vestido, ojos vivos. Noble. Le reconozco enseguida: César Borgia. Estudia la estancia y observa a las chicas. Nuestros ojos se cruzan y él sonríe. Me indica que me acerque.
Los Borgia son corruptos. Todos lo saben, pero pocos lo dicen. No me preocupa la moral. ¿Cómo podría en este negocio? Además, su carisma es embriagador. Me cautiva de inmediato.
Me pregunta sobre la noche con Santino. Intento ocultar mi opinión, pero fracaso. Es muy hábil. Lee mi rostro. Al final le digo lo que sospecho y él lo confirma. Santino y su hermana se han metido en negocios donde no son bienvenidos.
César me pregunta por mis clientes. En concreto, por Borgia. Le digo que nunca había oído ese nombre y sonríe. He superado la prueba.
Empiezo a desvestirme, tal vez algo deprisa. Me detiene.
César me pregunta por mis ambiciones. El primero que lo hace.
César explica la situación. A cambio de sus vidas, Madonna Solari y Santino le han ofrecido a César la chica que él quiera. Yo. Cambiaré la Rosa en flor por una vida de lujo, como cortesana de los Borgia. Acepto. Tampoco tenía otra opción.
MERCADO NEGRO
He servido a los Borgia seis años. He hecho cosas terribles, y visto otras increíbles. No me arrepiento de nada. La guerra se apodera de Roma: luchas en las calles, en el senado, en las iglesias. César me ha pedido que coordine su ejército en la sombra.
El Precio de la Fe
Tengo carne fresca para el hermano Ristoro. Las nuevas necesitan experiencia y, a cambio, Ristoro ha preparado documentos y baratijas para los agentes de César. He evitado a ese gusano desde que estoy en la Rosa en Flor. Espero que no recuerde mi cara.
Ni siquiera ha mirado a las otras chicas. Viene directo hacia mí y me pone la mano en la mejilla. Dice que siempre fui su favorita. Le lanzo una patada a la entrepierna y me amenaza con la ira de César. Gimotea.
Ristoro abre varios cajones y saca iconos y amuletos religiosos. Cree que serán útiles para el plan de César. Yo no estoy tan convencida, pero los cojo.
Exagero lo que pide César. Un poco de dinero extra para mí, por tener que contemplar a este hombre deplorable.
Ristoro me entrega una pila de documentos. Dice que son indultos y pagos para los contactos de César. Les pone el sello oficial de la Iglesia. Nunca entenderé por qué se le ha dado a este hombre tanto poder.
Ristoro me da varios objetos religiosos. Basura. No creo que vaya a usarlos para nada, pero me los llevo. Tal vez esté jugando conmigo.
Cuando voy a irme, Ristoro intenta tocarme otra vez. Las chicas salen a su paso y le empujan entre risitas. Les espera una larga noche. Casi me siento culpable por abandonarlas.
La Recadera
Lia de Russo. Contrabandista. No está donde hemos quedado. Nunca lo está. Espero unos minutos y decido irme. De pronto, me sale al paso. La sigo hasta una tienda cerrada. Ella afirma que se trata de uno de sus almacenes.
Intento darle conversación, pero no le interesa. Me da una reliquia manchada de sangre y sonríe.
No comprendo para qué querría César estos objetos.
¡Esto sí que es un tesoro! No es que me haga falta, pero me pregunto dónde lo habrá conseguido. Parece orgullosa.
¿Cómo ha podido burlar a los guardias? Ah, claro: los guardias son de César. ¿Hay algo que esta mujer no pueda conseguir?
Huele a muerte y está lleno de insectos. No me sorprendería encontrar el cadáver del antiguo propietario al otro lado del mostrador.
Consigo recoger los objetos que me han pedido de Lia y le doy el dinero. Sigue con la mano abierta. Buena chica. Le doy el resto de las monedas y chasquea la lengua. Le doy una propina.
… Y la Bestia
César tiene su propio herrero, Augusto Oberlin. Un antiguo mercenario suizo y fabricante de armas. Llamo a la puerta de su tienda. Vaya, vaya. ¿Eres un hombre o un buey? Entonces habla. Es elocuente. Inteligente. Me impresiona.
Me da una palmada en el hombro al entrar en la tienda. ¡Qué dolor! Me ofrece algo de beber.
Me enseña una amplia gama de armas convencionales. Cumplo los deseos de César y hago que Augusto entregue las armas a mis ayudantes ahí fuera.
Veo pequeños dibujos que cubren casi toda la pared. Los diseños de arriba son toscos, pero evolucionan hasta versiones más refinadas abajo. Augusto explica que él reparte propaganda de los Borgia en Roma. Me asombra que unas manos tan grandes puedan realizar detalles tan finos.
Augusto pregunta por los encargos más raros de César. Le digo lo que sé. César ha contratado a inventores e ingenieros famosos para remodelar armas de guerra y crear nuevas.
La esposa del herrero me dice que mi estancia se prolonga demasiado. Me pide que me marche. Augusto le grita. Se gruñen mutuamente como perros salvajes.
Augusto quiere que le visite de nuevo. Salgo por la puerta con la última caja. Le prometo que volveré. Su esposa frunce el ceño y le respondo con una mirada desafiante.
Repuestos
Gaspar de la Croix. Ingeniero. Tirador. Solitario. Me asusta, pero sus habilidades técnicas no tienen precedentes. Su taller es humilde, pero está lleno de cosas. Es difícil moverse sin tropezarse con alguna herramienta.
Gaspar canta en francés. Una canción triste. Su voz tensa denota pérdida. ¿Qué ha perdido? Espero que termine antes de hablar. Se sobresalta.
El ingeniero está distraído. Apenas me reconoce. La mayoría de las piezas que ha reparado ya están bien empaquetadas en cajas.
Me hace preguntas incómodas. “¿Has visto alguna vez la muerte?”, “¿Está la muerte motivada por el destino, el azar o la libre elección?”. No le respondo.
Está arreglando un arma. La apunta hacia la ventana empañada. Se fija en las sombras de la gente que pasa por la calle. Suspira. Vuelve a poner el arma en la mesa y sigue ajustándola.
Le ofrezco a Gaspar el dinero, pero me dice que no hace falta. Aun así, lo dejo en la mesa de trabajo.
Agradezco a Gaspar su ayuda y él se encoge de hombros. Parece embrujado. Evito la ventana de la fachada mientras me marcho de la tienda.
EJÉRCITO CLANDESTINO
La colección de inadaptados y bribones de César crece. Sólo buscan crear el caos en Roma. Voy a reunirme con sus soldados mas importantes. Coordinaré planes y proporcionaré suministros. Estudiaré a sus fieras en su propio ambiente.
Músculos a Sueldo
El condotiero Rocco Tiepolo reúne guerreros. Se enorgullece por adquirir mercenarios y tácticas exóticos. Es caro, pero los Borgia no andan escasos. Cuando llego, me está esperando. Hay comida en la mesa, y me sirve vino.
Elijo a los mercenarios con claras cicatrices de guerra. Con ello saben lo que les espera. Tiepolo me corrige. Dice que todos sus hombres han matado a incontables enemigos. Los que no tienen marcas son más impresionantes.
Algunos presumen con sus armas. Se jactan de sus proezas. Bromean. Miro a los que guardan silencio. Gestos serios.
Mientras cenamos, Tiepolo ordena a dos mercenarios que luchen para que los vea. Son crueles. Se hacen sangre mutuamente. No son heridas leves. Cuando termina, le digo a Tiepolo que no me interesan los mercenarios heridos. Los dos reímos.
Los mercenarios preguntan adónde les van a enviar. Les digo que sospecho que Roma será su campo de batalla. Protestan, pero Tiepolo les hace callar.
Tiepolo me muestra pinturas sobre sus hazañas. Solo ha perdido dos batallas en décadas, pero no era comandante en ninguna. Le pregunto si está en venta y me dice que César tendrá que enviar más dinero para eso. Me pregunta si lo estoy yo, y le digo que ya me han comprado.
Tiepolo me invita a quedarme más. Me tienta, pero declino. Me da un contrato firmado por cada hombre que he seleccionado y le pago con una bolsa de monedas de César. Los mercenarios ansían luchar. Yo les prometo que muy pronto lo harán.
El Jinete sin Cabeza
Donato Mancini es el mejor jinete de César, incluso mejor que el propio César. Los Borgia se han reunido hoy para una carrera privada. El Circo Máximo. Donato tendrá que dejar ganar a César… a cambio de un soborno o bajo mis amenazas.
Donato es un hombre seguro. Controla a su caballo mientras se acerca y hace una reverencia. Hago una señal a mis hombres para que le den un regalo: una armadura excepcional. Desmonta y ordena a sus ayudantes que le ayuden a ponérsela.
Transmito la amenaza de César a Donato. No se sorprende. Me dice que ganará el ganador. No hay otros factores.
Me siento junto a Lucrecia Borgia. Se niega a mirarme. Me cree un juguete de César. Tal vez lo sea. ¡Comienza la carrera! César adelanta a Donato. ¿Es César el mejor jinete?
Donato avanza, pero un oficial de César le cierra el paso. Oigo a Lucrecia murmurar a un amigo. El jinete es Teodor Viscardi, un guardaespaldas de César.
Teodor saca un arma y trata de herir a Donato. Este se inclina y espolea al caballo para adelantar a Teodor y a César. ¡La gente se asombra! ¡Donato gana! Pasa ante nosotros para celebrar su victoria y se hace el silencio.
César desmonta y arroja su yelmo. Me hace un gesto y asiento. Mis mercenarios arrancan a Donato de su caballo y le tiran al suelo. La paliza es salvaje. Humillante. La multitud se ríe, pero yo no. Donato ha sido hoy el verdadero campeón.
El Trato
César me ha enviado a reunirme con los Cento Occhi. Ladrones. Muchos son jóvenes. Lanz es su líder, y César cree que dirigió un ataque a un carruaje de los Borgia. Me ha dado pruebas. Me dice que haga un trato con la banda.
Encuentro a Lanz junto a una iglesia, contando monedas de una bolsa que ha robado. No levanta la mirada, pero sabe que estoy ahí. Lanzo una daga cerca de sus pies. Abre los ojos. Se disculpa al ver que represento a los Borgia.
Reclama su sucia arma. La enfunda. Ofrece devolver el dinero robado. Le digo que hará eso y más. Su banda trabajará para César.
Lanz me dice que ya se ha gastado el dinero, pero que hoy entregará una parte de él. Buenas intenciones. Me pide que le observe trabajar… si puedo seguirle.
Le veo chocar contra un mercader entre la multitud. Se esfuma antes de que el hombre se gire. Después, una noble. Un sacerdote. Roba a cinco personas antes de que le vean. ¡El hombre llama a los guardias!
Un guardia montado irrumpe en la plaza y Lanz empuja a su víctima a los cascos del caballo. El jinete cae. Por un momento no veo a Lanz, pero luego me doy cuenta de que ya ha trepado medio edificio detrás de mí.
Antes de que se vaya Lanz, registro mis bolsillos. Todo parece estar en su sitio. Creo que Lanz entregará el dinero. Teme a César.
Por los Pelos
César ha contratado a un maestro espía: Baltasar da Silva. Se hace pasar por barbero, pero dicen que no se le da demasiado bien. Juntos vigilaremos al enemigo de César: una alianza de asesinos. Hay mucho que aprender.
César ha lanzado a uno de sus senadores a los leones. Un hombre influyente, ambicioso y conocido por su corrupción. El senador ha sobrevivido a duras penas a un ataque esta mañana, pero César no le ha proporcionado guardias. Le seguimos, esperando que los Asesinos ataquen de nuevo.
El senador no sale de casa en casi toda la semana. Con los métodos de Baltasar, nunca nos detecta.
Por fin el senador sale al mercado. Camina deprisa. Desquiciado. Mira a todas partes. De pronto, se ve una sombra. El Asesino está sobre nosotros.
¡El Asesino salta! Al aterrizar sobre el senador, saca un arma de su muñeca y la clava en el cuello de su víctima. El Asesino murmura unas palabras y desaparece. ¡Vamos tras él! Se ha ido.
Baltasar sonríe. Hemos fracasado, pero él está contento por lo que ha aprendido. Toma notas.
Aunque perdemos de vista al Asesino, hemos averiguado mucho. El atuendo, la hoja oculta, la técnica. Baltasar seguirá acechando a esos criminales con capa y me informará.
RAREZAS
César ha reunido un ejército de inútiles. Cretinos. Empiezo a dudar que tenga un plan para Roma. Es como si hubiera abierto una jaula y lanzado a las bestias sobre la ciudad. ¿Por qué me ha elegido a mi para amansarlas?
Centro del Escenario
¡Estoy rodeada de idiotas! Dos de ellos, Cahin y Caha. Franceses. Hermano y hermana. Llevan ropas ridículas, supongo que apropiadas para este tipo de celebración. Nuestro objetivo tiene sangre real extranjera, que ellos derramarán.
Los idiotas realizan una actuación animada. Saltan, danzan, fingen golpearse el uno al otro. Los dos se caen. El público aplaude.
Caha hace juegos malabares. Todos los ojos la miran. Cahin se coloca detrás de ella para no distraer la atención sobre su hermana.
Saco mi hoja, esperando la señal. Me inclino hacia el espectador que está a mi lado.
Cahin apuñala a un hombre a través del respaldo de su silla. Un momento de confusión, y luego el pánico. Caha lanza dos de sus dagas a las gargantas de dos espectadores.
La última espectadora grita y huye. La persigo y la arrojo sobre una silla. Suplica por su vida. Si la dejo vivir, moriré yo. Termino con ella enseguida.
Cahin ríe al entrar por la puerta. Caha vuelca un candelabro y acaba cayendo sobre él. Estoy convencido de que están locos. Pero son divertidos.
Humor Negro
Le llaman El Verdugo, Il Carnefice. La gente supone que a los verdugos les encanta su trabajo. Es más fácil así. Convertirlos en los malos. Ellos llevan máscaras para evitar el estigma. Pero no es el caso de Il Carnefice. Él adora su trabajo y su máscara. Percibe mi repulsión, y le gusta.
El Verdugo ha estado ocupado. Sus ejecuciones son tan habituales que ya no tiene público. Solo unos mendigos y un puñado de guardias observan cómo prepara la soga.
Le entrego las condenas de César. Las ojea rápidamente y me dirige una mirada severa. ¡Dice que mi nombre está en la lista! Su hacha destella. Estoy atónita. Sonríe y tira la lista a un lado. Me dice que no sabe leer.
El ejecutado es un antiguo cliente mío. Un amigo. ¿Quería César que presenciase esto?
Escoltan a un hombre atado hasta la plataforma. Lleva la cabeza cubierta y suplica al Verdugo. Proclama su inocencia. El Verdugo le consuela. Dice que eso está bien porque los inocentes van al Cielo.
¡Monta un espectáculo! Aplaude con su público. Exhibe las partes de los cadáveres de los condenados que él mismo corta. Vomito y se burla de mí ante la gente.
Mi tiempo con el ejecutor ha terminado por ahora. Lo tomo como lo que es: un aviso de César. El monstruo de César me repugna, más que intimidarme.
Araña
Silvestro Sabbatini. Afirma ser noble. Hace su papel, pero mal. Es un alcahuete que compra sus ascensos en la escala social. Tiene una lengua viperina. César le cortó el brazo izquierdo por fallarle. Voy a darle su segunda oportunidad.
Sabbatini es la araña. En esta pequeña reunión, todos son una posible presa. Capta la mínima vibración social. Siempre está alerta, escuchando. Soy el nuevo insecto que se acerca a su red. Recibo toda su atención. Siento el crujir de sus mandíbulas.
Se acerca con los ojos muy abiertos y la sonrisa exagerada. Le entrego el monstruoso brazo mecánico.
Sabbatini me conduce a un trastero. Cree que nadie se ha percatado de su deformidad. Con el brazo de repuesto solo conseguirá llamar más la atención. Pero yo le sigo.
El artilugio le decepciona, a pesar de la calidad del trabajo. Él quería joyas, metales raros. Le ofrezco devolvérselo a César de su parte y me lo arranca de las manos.
El brazo es poco práctico. Prueba las afiladas garras y descubre algo sorprendente. ¡Del centro sale una hoja! Un arma siniestra, pero ¿es práctica? No es asunto mío.
Dejo a Sabbatini con sus juegos. Arrima la silla a una joven atractiva y le enseña su nuevo brazo. Ella se estremece y se aparta, pero él le acaricia la mejilla con esa horrible garra. ¡Qué escalofrío!
UN MAL MÉDICO
César quiere que me reuna con su sanguinario médico, Malfatto. Yo no creo que sea un médico de verdad. Es un depredador de mujeres, un monstruo. César pone a prueba mi lealtad, pero puede que pronto descubra que ha destruido lo poco que quedaba de ella.
El Gusto por la Violencia
Ni rastro de Malfatto. Estoy sola en las desiertas calles del distrito más pobre de Roma. He hecho lo posible por no pensarlo, pero me siento vulnerable, asustada.
Susurro el nombre de Malfatto. Suena ridículo. ¿Por qué he consentido esto?
¡Un grito! ¡Un grito de socorro! Ella está cerca, pero es fácil perderse en estos intrincados callejones.
Está implorando a alguien. Suplica por su vida. Voy corriendo, pero no la encuentro.
Ahora solloza. Me reprocho a mí misma esta improvisación. Debí estudiar el distrito y memorizar las calles.
Percibo una sombra que desaparece en la penumbra. ¿Malfatto?
Una alcoba con poca luz. La violencia flota en el ambiente aunque todo esté en calma. ¡La veo! Parece una muñeca rota tirada en un callejón. Luego veo la sangre. ¡Mucha sangre! ¡Me voy!
Ratonera
César no aceptará que me niegue a buscar a Malfatto. Me matará si fracaso. Después de ver lo que hace ese monstruo, pienso en esos callejones y tiemblo. Además me ha pedido que me ponga uno de mis viejos trajes de cortesana para llamar la atención del monstruo.
Esta noche hay poca gente en la calle. Quiero quedarme cerca de ellos, pero sé que Malfatto los evitará. Debo seguir sola.
¡Una mano en mi hombro! Grito y me doy la vuelta. ¡Solo es un borracho! Casi me echa la baba en el vestido. Le tiro al suelo de un empujón.
Oigo el eco de mis propios pasos. Mi respiración agitada. Me asusta cualquier otro sonido. Murmuros y susurros en la noche.
¡En la esquina! ¡Veo algo! Un reflejo de luz en una lente. Se mueve. ¡El pico blanco! ¡Es él!
Malfatto se me abalanza y le esquivo. Le grito el nombre de César y entonces escucha. Me agarra y ve el documento en mi mano. Duda. Lo coge.
Malfatto no lee el documento. Se limita a mirarme a través de su siniestra máscara. Alza la cabeza. Me retiro, y él no se mueve.
Visita a Domicilio
He terminado con César y con los dementes que le rodean. Me iré de Roma en una semana. Vuelvo a la casa que César me ha concedido. Es lujosa. Exagerada. Bebo para calmarme, pero no logro conciliar el sueño.
Noto un pinchazo en el cuello. Creyendo que es un insecto, voy a aplastarlo y toco algo duro. ¡Una jeringuilla! ¡Malfatto está en mi cuarto! ¿Qué ha…? No puedo pensar. ¿Me ha envenenado?
Tropiezo con el otro lado de la cama. Me tiemblan las piernas. Me arrastro hasta una mesa para coger mi abanico.
Malfatto me encara, quieto. La jeringuilla cae al suelo. Espera que me desmaye. Espera a que el veneno me haga efecto.
Extiendo las hojas de mi abanico. No le veo la cara, pero la postura de Malfatto denota miedo. ¿Sus víctimas se han defendido alguna vez?
Intento acuchillar a Malfatto. Se retira contra una pared y le desgarro su atuendo de médico. ¡Le he hecho sangre! ¿Suficiente? ¡Ya no veo!
Me zumban los oídos. Me desmayo. Malfatto… ¿Qué vas a hacer?
Desprecio
¡Aún vivo! Estoy mareada. Intento enfocar para ver con claridad. Malfatto se ha ido, pero ha dejado un reguero de sangre que llega hasta la ventana. Le he cortado bien. César no me protegerá. Debo recurrir a sus enemigos, ofrecerles un trato.
Sé que los Asesinos han estado vigilándome. Puede que hayan sido clientes o amigos. Pero nosotros también les hemos acechado. Trabajando con Baltasar aprendí cómo funcionan, cómo encontrarlos.
Se comunican de forma rudimentaria. Utilizan palomares para intercambiar mensajes y misiones. No usan los tejados, y hemos visto a un guardia de César dejando cartas en los palomares que luego recogen los Asesinos.
Hago una lista de agentes de César. Todos los que conozco, incluso los que me caen bien. ¡Voy a frenarle!
Como esperaba, veo al guardia que traiciona a César dejando cartas en el palomar. Me enfrento a él. Al principio niega entenderme, pero cuando saco una carta para “el hombre de blanco”, accede a entregarla.
En mi carta, me ofrezco a ayudar a los Asesinos a luchar contra César en todo lo que pueda. Tal vez sean los únicos capaces de protegerme de su ira. Paso el resto del día mezclada con la gente, en espacios con luz. Si quieren encontrarme, lo harán.
Francesco Veccelio, el próspero pintor. Nunca lo habría sospechado. Me dice que la lista la tiene alguien de confianza. Que mis preocupaciones acabarán pronto. También que mi trabajo está lejos de acabar.
RECOGIENDO TEMPESTADES
Los Asesinos me dejan que les siga, pero insisten en que mantenga la distancia cuando se encarguen de los agentes de César de mi lista. Quiero verles. Necesito ver que terminan el trabajo.
Disparos
No deseo la muerte de Rocco Tiepolo, pero buena parte del ejército de César le debe lealtad. No podemos igualar el precio, así que no nos deja otra opción.
Los mercenarios que entrenaban fuera caen muertos en un instante. Los Asesinos coordinan sus flechas. Todos disparan casi a la vez y no fallan un solo disparo.
Aparecen más mercenarios de los campos de entrenamiento con armaduras pesadas. Los Asesinos se acercan al enemigo, son los más veloces. Atacan por parejas y aprovechan la falta de agilidad que provocan las armaduras. La segunda oleada es aún más letal.
Los Asesinos aguardan antes de entrar al edificio. Me indican con la mano que vaya con ellos.
Me piden que les indique las defensas del interior. Yo señalo las paredes y les explico qué hay al otro lado de cada una. Se ponen en marcha antes de que termine de hablar.
Los mercenarios veteranos están detrás de Rocco. Les superamos en número, pero logran matar a dos de los nuestros antes de vencerles.
Los mercenarios veteranos están detrás de Rocco. Les superamos en número, pero logran matar a dos de los nuestros antes de vencerles.
Rocco empuña una espada corta y desafía a una docena de Asesinos. Sabe que está perdido, pero sonríe abiertamente. Es el final con el que soñaba. A los Asesinos no les disgusta.
No hay Bis
Sorprendemos a los idiotas actuando en la calle. Interpretan una danza ridícula, animada por un músico que toca un instrumento abollado. Están tan absortos en su actuación que no advierten que el público ha cambiado.
Los Asesinos se infiltran en la multitud con sutileza, pero pronto está todo lleno de capuchas blancas.
Caha se vuelve y lanza una bomba de humo al público. Algunos Asesinos tosen, otros hacen caso omiso y la persiguen. Abro mi abanico para dispersar la nube.
La multitud se dispersa y Cahin intenta escapar. Pero fracasa. Los Asesinos le cortan el paso. Saca una daga fina, que no tiene nada que hacer contra las roperas. Logra contenerlos durante unos instantes, e incluso corta a uno en la cara, pero pronto se derrumba con cuatro espadas atravesando su garganta.
Caha grita a su hermano. Se vuelve hacia nosotros, con las dagas empuñadas. ¡Viene directa hacia mí!
Los Asesinos aguantan. Están disfrutando. Desvío el ataque de Caha con mi abanico de hojas y la corto en un brazo. Suelta su arma. Pega y patalea, pero se lleva una nueva cicatriz en cada uno de mis ataques. Finalmente cae y se arrastra hasta el cadáver de su hermano.
Caha acuna el cuerpo de su hermano. Le quita la máscara y le palmea la mejilla. No repara en el Asesino que se acerca a ella por la espalda. No le oye cargar la ballesta ni el silbido del virote que le dispara a la cabeza.
Superado
Los Asesinos planean atacar la barbería de Baltasar como señuelo. Les dirijo hacia su verdadero escondite, unas manzanas más allá. No caerá fácilmente en una emboscada.
Los Asesinos logran esquivar la primera trampa. Abren la puerta principal y se apartan. Una fuerte explosión arranca parte del marco. Nunca había visto nada igual.
Dentro. Nada. Buscamos puertas trampa. ¡Ahí! Una escalera desplegable que lleva al ático.
Un Asesino levanta la cabeza. Oímos el silbido de sus dagas y el golpe al dar en el blanco. ¡Está gritando!
Bajan al hombre herido y lo colocan en el suelo. Tiene la cara roja y los ojos llorosos. Nos dice que ha atacado a un hombre escondido tras una esquina. Era un monigote relleno de polvo corrosivo. Se puede oler. Muy listo.
Miro por la ventana que hay a mi lado. ¡Baltasar! Está fuera y lleva una antorcha. Mira sorprendido al reconocer mi cara. ¡Prende fuego al edificio!
Huimos del edificio. Logramos alcanzar la calle antes de que el fuego de Baltasar se descontrolase. Ni rastro del espía. Dudo que haya salido de Roma. Le gusta este juego.
Blanco Móvil
Baltasar ha huido. No puedo permitir que viva. Espiamos juntos a los Asesinos y sé más de lo que ellos creen. Soy un inconveniente. Por otro lado, Baltasar puede haber contado a César mi traición, lo que significa que los Borgia me estarán buscando. Tengo que encontrarle.
Vigilo la barbería de Baltasar. Probablemente no vuelva, pero hay posibilidades de que se haya dejado algo aquí. Llega la noche. Si volviese, no le vería.
Poco queda en el asolado escondite, pero busco entre los escombros pistas que puedan llevarme a Baltasar. Veo una carta que no se ha quemado.
Instrucciones. Baltasar admira mis movimientos. Quiere verme y analizar opciones para hacer un trato mejor.
Llego al almacén. Lo exploro. Baltasar está dentro sentado en una mesa. Me saluda con una reverencia. Hace conjeturas sobre mis motivaciones. Tiene razón en muchas cosas. No le ha contado a César mi traición. Mi fracaso afecta poco al maestro espía de César.
Se disculpa. Salen varios tiradores por detrás de unas cajas grandes. Levantan sus armas y agacho la cabeza.
Me preparo para los disparos, pero no se oye ninguno. Abro los ojos. Baltasar está muerto, desplomado sobre la mesa. Sus hombres también están muertos, cada uno con una flecha clavada. ¡Los Asesinos!
Juego Linpio
Baltasar y yo creamos al Lobo. Viste como su enemigo. Maneja sus mismas armas y usa sus técnicas. No es una imitación perfecta, pero sí eficaz. Con Baltasar muerto, el Lobo es el único que puede relacionarme con cualquier daño causado a los Asesinos.
Tenemos una señal de contacto: un símbolo en la estatua de Pasquino. Nos veremos en el muelle al atardecer.
Oigo un grito. Y un chapoteo detrás de mí. El Lobo ha desplegado las hojas de su muñeca. No son tan sutiles como las de un Asesino, pero la sangre que las mancha demuestra su eficacia. Dice que me estaban siguiendo. Pero ya no.
El Lobo me pregunta por qué le he llamado. Señalo a un barco alejado del muelle. Le digo que César tiene un objetivo a bordo para él. Mentira. Lo contempla, considerando la misión. Me pregunta cómo va a subir sin ser visto.
Abro el abanico y le clavo las puntas en la espalda. Él me da una bofetada con el dorso de la mano. Caigo con la nariz sangrando. Ha vuelto a sacar sus hojas. ¡Viene a matarme!
Corre hacia mí, y yo le ataco con una patada a las piernas. Cae el suelo, pero se levanta ileso, como si lo hubiera practicado. Desenfunda una ropera. No tengo defensa. Solo un momento más… Funciona. ¡Funciona!
Se desploma y vomita. Le tiembla todo el cuerpo. Me maldice y me hace preguntas a las que no respondo. Cuando el veneno ha hecho efecto, tiro su cuerpo al agua. Dejo el muelle, satisfecha porque no ha habido testigos.
NO MIENTRAS MIRA EL NIÑO
Nunca he visto a papá tan furioso. Rompe tres platos y lanza su copa. Dice que compró a varios hombres y un “sesino” los ha matado a todos. Le pregunto qué es un “sesino” pero no me lo dice.
Cita para Cenar
Papá le pidió a Fiora que cenara con él. Está furioso con ella. Dice que es una mentirosa. Le digo que es buena, pero insiste en que es una embustera.
Papá me echa de la habitación, pero yo espío tras la esquina. Ya no está enfadado. Le ofrece la silla y le sirve vino en la copa. Los dos sonríen.
Hablan de los amigos de papá que han muerto. Ella parece sorprendida.
Papá le pregunta por los Asesinos. Ella contesta que les ha estado vigilando, como él le pidió.
Consus está a mi lado. Está observando. No habla mucho. Papá me dice que no es real, pero yo le veo.
Fiora no se bebe el vino. Papá dice: “¿Por qué no confías en mí?”, y Fiora le pregunta si él confía en ella. Él responde que no.
Empiezan a pelear. La mayoría de la gente calla cuando papá grita. Pero Fiora grita más. Consus me dice que debo irme, y eso hago.
Autoservicio
No duermo mucho. Nonno dice que es porque le doy vueltas a la cabeza, y que papá, que es su hijo, tiene el mismo problema. Esta noche hay más personas despiertas. Oigo sus pisadas arriba.
La veo en la entrada. La ventana está abierta a su espalda. Ella no me ve a mí.
Fiora recorre los pasillos. ¿Qué está buscando? Entra en el estudio.
Abre los cajones y los cofres de papá. Yo hago lo mismo cuando él no está. No hay nada interesante en ellos.
Palpa las paredes. Golpea con los nudillos, pero flojo para no despertar a nadie. Yo también quiero jugar, pero no quiero problemas y espero.
Mira bajo la alfombra. Me asomo por la esquina. Yo nunca he mirado ahí. ¿Ha encontrado algo? No.
Pregunto a Consus si Fiora ha venido a matar a papá. Dice que no, que ha venido por el Fruto.
Destino
Dejo a Fiora y corro hacia el Fruto. Nonno lo guarda en su biblioteca. Quito la cubierta y el Fruto resplandece. Oigo a Fiora caminando por el pasillo.
Fiora me mira y me pide que le dé el Fruto. Le pregunto si quiere que juguemos.
Consus me dice que le dé el Fruto a ella. Me río y le digo a Fiora que tendrá que atraparme antes.
Corro. El Fruto ilumina el corredor, y canta. Fiora me dice que pare.
Papá está despierto. Su puerta se abre. Me llama. Fiora intenta quitarme el Fruto, pero este se ilumina cuando ella se acerca. Fiora no se mueve. Parece asustada. ¿A qué juega?
Digo su nombre, pero ella no responde. Le tiro del brazo, pero se suelta y grita.
Fiora se queda paralizada y papá se ríe. Me quita el Fruto y me dice que me marche. Tengo miedo. Le pregunto si le hará daño, y contesta que sí.