Guerras Italianas – Cap.1

La Batalla de Agnadello – 1509 – Bartolomeo d’Alviano

DESAFÍO A LA MUERTE

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El mundo sangra mientras lucho por abrir los ojos. Alo lejos se oyen gritos de dolor y el chocar de los aceros. He caído en combate. El enemigo me ignora: me han dado por muerto. ¡Pronto lo estré si no actúo!

Primeros Auxilios

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Cuando apoyo mi peso en una pierna mi cuerpo tiembla. Me han apuñalado al menos dos veces, y la herida de la ceja no me deja ver. Debo curar mis heridas si no quiero desangrarme.
Es solo un jirón, pero bastará.
Esto debería detener la hemorragia.
Está sucio, pero no puedo ser escrupuloso.
Esto tendrá que bastar.
¡Eso escuece!
¡He contenido la hemorragia! Me quito el yelmo roto y me vendo la herida de la cabeza con los jirones de un estandarte enemigo.

Punto de Reunión

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Estoy rodeado de condotieros que flotan en el lodo. La caballería francesa ha matado o ahuyentado a casi todos. Debo reunir a los supervivientes.
¡Conmigo, Hermanos!
¡Venid, aún no nos han matado!
¿Pensáis jugar todo el día en el barro? ¡Venid conmigo!
Hemos sobrevivido a cosas peores.
¡Arriba! Ya lameréis vuestras heridas después.
Mi gente ha sido apaleada, pero no vencida. Está sedienta de sangre. ¡Como yo!

Herramientas

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Bianca, mi amada espada, está enterrada en el lodo. Volveré a buscarla, pero de momento tendré que conformarme con un arma inferior.
Lo siento, pero tú ya no necesitas esto.
He entrenado con armas mejores que esta. Aun así, me la llevo.
Si la hoja está afilada, me servirá.
¡Antes del anochecer derramaré sangre francesa!
No está tan mal.
Entre muertos y moribundos, he reunido un pequeño arsenal. Blando una espada en cada mano y tengo los bolsillos llenos de sorpresas por si me atacan.

LAS TORNAS CAMBIAN

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Los tres destacamentos que nos vencieron aún patrullan los alrededores de Agnadello. Tras derrotarnos, se olvidaron de nosotros. ¡Hoy, los muertos vuelven a la vida!

Escaramuza

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¡Atacamos a la patrulla norte! Ha debido parecerles como si hubiéramos resucitado del lodo. Hemos cargado oleada tras oleada, blandiendo nuestras armas.
Al levantar el arma, mi enemigo expone sus costillas. ¡Un error fatal!
Este intenta esquivar. Golpeo su espada. Uno de mis hombres le destripará mientras intenta recobrar el equilibrio.
Una patada en la ingle derriba en el barro a mi siguiente víctima. Tres de nosotros le acuchillan por la espalda.
Este no es más que un crío. Lástima, pero no hay piedad en el campo de batalla.
Me abalanzo sobre mi enemigo. Aguanto, pero él no. La empuñadura de mi daga sale del barro como la cruz de una tumba.
¡Victoria! Hemos perdido hombres, pero la patrulla enemiga ha caído. Saquemos todo el equipo que podamos y nos vamos.

La Treta

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Fingiendo rendirnos, algunos nos acercamos a la patrulla oeste de la caballería. El grueso de nuestras tropas aguarda en el viñedo para flanquearla.
Sospechan algo. Les distraigo suplicando por la vida de mis hombres.
Intento sobornarlos. Tierra, dinero, mujeres: lo que sea para que no aparten la vista de mí.
Mis hombres se acercan sigilosos mientras distraigo al enemigo.
Nos ordenan que tiremos las armas al suelo. Lo hacemos. ¡Pronto tendremos más donde elegir!
Tengo que mantenerlos ocupados unos segundos más.
Cuando se percatan del engaño, mis hombres están casi sobre ellos. Intentan dar la vuelta con sus caballos, pero chocan unos con otros, y pronto acabamos con ellos.

Inversión de Papeles

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Con los corceles del enemigo y las armas que les hemos robado, cargamos contra la patrulla que queda. Sus piqueros matarán algunos caballos, pero tenemos suficientes.
Un soldado clava su pica en el cuello del caballo que galopa a mi lado y derriba a su jinete. ¡Me revuelvo para pisotearle!
Empuño la espada que llevo junto a la silla y me abro paso entre los enemigos.
Dos franceses intentan huir, pero no podemos dejar supervivientes. Hago una seña a mis hombres, y éstos los abaten.
Una pica engancha mi silla y casi me derriba. Agarro el asta y embisto hacia delante, dejando sin resuello a mi atacante.
El terreno está empapado y a nuestros caballos les cuesta maniobrar, así que los sacamos del terreno de combate y luego volvemos a cargar.
¡Hemos acabado con la última patrulla! Ignoramos si la guarnición de Agnadello ha oído los ruidos del combate: creemos que la fuerte tormenta los ha tapado.

LUCHAR POR LA ALDEA

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Los aldeanos vagan aturdidos por las calles, aunque el enemigo ha dejado Agnadello. Pero Luis no abandonará su trofeo. Hay que prepararse para otro ataque.

Lucha contra Incendios

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Una parte de Agnadello aún arde. Han evacuado a casi todos los habitantes, pero queremos lograr su confianza. Les ayudaremos a controlar el fuego.
Los aldeanos nos traen cubos y nos dicen dónde llenarlos.
Por cada foco que apagamos, aparece uno nuevo.
El calor es casi insoportable, pero eso no disuade a mis mercenarios.
Las llamas se extienden a otro edificio, pero los aldeanos las extinguen antes de que aumenten.
Se derrumba la estructura abrasada de un edificio. Mis hombres esquivan hábilmente los rescoldos.
Hemos sofocado el fuego. Muchos aldeanos no tienen hogar, pero son una comunidad muy unida. Cuidarán unos de otros. Nos hemos granjeado valiosos aliados.

Pidiendo Suministros

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Los aldeanos temen represalias por ayudarnos, pero les obligamos a que nos consigan víveres. Les prometemos defender Agnadello.
Los aldeanos nos traen más víveres y les ofrezco mi gratitud.
Están acostumbrados a trabajar duro en los viñedos. No nos decepcionan.
Mientras nos ayudan, los aldeanos no dejan de mirarnos con recelo. Están asustados.
Unos aldeanos nos han traído víveres de sus propios hogares. Prometo recompensarles cuando ganemos la batalla.
Esta gente se ha sacrificado para ayudarnos. No lo olvidaremos.
Agnadello no es una aldea grande, pero con la ayuda de su gente hemos logrado reforzar las provisiones.

Alistamiento

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Varios aldeanos ansían luchar a nuestro lado. Algunos son veteranos; la guerra acabó hace tiempo. Otros son jóvenes y desean luchar contra los invasores. No rechazamos a nadie.
Sus cicatrices me dicen que conoce la batalla.
Este está lisiado, pero me asegura que puede cabalgar. Acepto.
Se alistan un padre y un hijo. Percibo el orgullo del uno por el otro.
He combatido a algunos de estos hombres bajo distintas banderas, pero no importa. Ahora somos aliados.
Algunos aprendices están muy consternados. Mis hombres les animan por haberse unido y ellos se sienten mejor. Su moral se eleva.
Hemos logrado aumentar nuestro ejército con la buena gente de Agnadello. Creen que lucharán, y puede que lo hagan, pero pretendemos que los franceses crean que tenemos refuerzos de mi primo.

Fraguando el Futuro

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Los herreros locales nos han ofrecido sus fraguas. Trabajan toda la noche para suministrarnos más armas antes de que vuelvan los franceses.
¡Excelente calidad! A veces he pagado por hojas peores.
Mis hombres prueban cuán equilibradas son las armas. ¡Perfecto!
Algunos mercenarios han pedido ciertas características para sus armas. Los herreros se impacientan, pero cumplen.
Un herrero me pide sonriente que pruebe la hoja que me ha hecho. Me impresiona, pero a él no. Me pide que la devuelva y sigue retocándola.
Nos maravilla la eficiencia de los artesanos de la aldea.
Cambiamos las hojas rotas por otras más sólidas forjadas por los diestros herreros de Agnadello.

¡Alto!

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Nos hemos pertrechado lo mejor posible, pero la tormenta ha llegado. El ejército de Luis XII ha vuelto. ¡Necesitábamos más tiempo! La caballería enemiga arrasa las calles de Agnadello. Esperamos el ataque.
Envío a mis mercenarios más aguerridos y los aplastan al instante.
Los aldeanos alistados mantienen las posiciones, pero los arqueros enemigos pronto los aniquilan.
He descabalgado a media docena de hombres, pero da igual. ¡Agnadello está infestada de enemigos!
Me atacan una y otra vez. Lucho por mantenerme en pie.
Grito órdenes a mis hombres, pero no me oyen. ¡Esta lucha es un caos!
De nuevo derramo mi propia sangre. Los cadáveres de mis Hermanos se esparcen por la ciudad. Un muro infinito de enemigos me bloquea la huida. Su jefe ríe. Mientras me encadena, le miro a la cara. La conozco muy bien.

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