La experiencia bélica del emperador Maximiliano le ha enseñado a no confiar en ejércitos de mercenarios extranjeros. Creemos haber hallado la forma de sobornarle para que se vuelva contra cualquier aliado que pueda tener en Roma. Tal vez podamos dividir aún más la atención de nuestros enemigos.
UN BOFETÓN
Maximiliano recibió un duro castigo de los mercenarios suizos en la guerra de Swabia. No le gustará saber que los Borgia han contratado comandantes suizos para su guardia papal, los mismos que causaron tantos problemas a Maximiliano.
Los capitanes de los mercenarios suizos de los Borgia se emborrachan por la noche en una popular taberna. Les encontramos sentados en una mesa. Son ruidosos, aunque carismáticos.
Bebemos con ellos y escuchamos sus historias. Nosotros inventamos algunas. Tratamos de convencerles varias veces de que se vayan, pero cuestionan nuestras razones, a veces con agresividad.
Esperamos a que se emborrachen y vertemos veneno en sus copas.
Llevar a nuestros amigos borrachos por las calles de Roma no es un problema, pero las mordazas resultan inútiles cuando se despiertan. Por suerte, hemos pagado al conductor para que ignore lo que oiga.
Llevamos a los prisioneros ante Maximiliano, que se muestra indignado, pero no sorprendido.
Maximiliano nos agradece el esfuerzo y nos paga bien. Pero nuestra auténtica recompensa es saber que hemos eliminado a los capitanes clave de los Borgia y que Maximiliano ha cortado de momento los fondos para los Borgia mientras sigue investigando.
FORMAR UN EJÉRCITO
Los cautivos suizos que entregamos han sido empleados como adiestradores. Ya que no pudimos vencer a los suizos, nos han pedido ayuda. Les enseñaremos a luchar.
Iremos vestidos de condotieros. Procuraremos no revelar nuestros secretos y volveremos a Viena.
En principio, los suizos no se alegran de vernos, pero pronto reconocen nuestra astucia. Nos hablan como a iguales, pero no comparten la bebida.
Maximiliano ha convocado a Georg von Frundsberg, su mejor caballero, para que entrene junto con los suizos un cuerpo de infantería que esté a la altura de sus propias unidades.
Aunando conocimientos, ponemos en marcha un riguroso método de entrenamiento que resulta duro incluso para los más fuertes.
Hemos sentado los cimientos de una gran fuerza y, aún más importante, una fuerza más leal a los mandos que al dinero.
Con nuestra ayuda, Maximiliano y von Frundsberg han formado la primera unidad de infantería Landsknechte, que rivalizará con los mercenarios suizos en el campo de batalla. Nos ha ofrecido un regimiento de sus mejores hombres si alguna vez los necesitamos.