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Personajes históricos y Revolución Francesa

En este artículo prestaremos especial atención al acontecimiento histórico de la Revolución Francesa y a los personajes más destacados que participaron e influyeron en este periodo y los más relevantes del siglo XVIII en Francia.

Revolución francesa

El artículo quedará dividido en 3 partes:

Parte 1: La Revolución Francesa, Vocabulario a conocer y Símbolos característicos de la Revolución.

Parte 2: Personajes más relevantes en la Revolución.

Parte 3: Personajes más relevantes de la Francia del siglo XVIII.

La Revolución Francesa

Debido a que hay muchísima información disponible sobre este asunto en internet, la idea es simplemente ponernos un poco en situación a modo de resumen sobre este hecho histórico tan importante para la sociedad francesa y conocer un poco que nos espera en el juego.

En caso de querer una información mucho más detallada, recomendamos por ejemplo la lectura en la wikipedia de este acontecimiento histórico.

La Revolución Francesa se produjo el 14 de julio de 1789 y duró hasta la creación del Consulado que llevó al poder a Napoleón Bonaparte en 1799.

1.-CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Antes de la R. Francesa, Francia se encontraba en una gran crisis, tanto en lo económico, como en lo político y social.

Entre las causas más importantes que desataron la Revolución Francesa se encuentran:

– Los abusos e injusticias cometidos antes de ella (en el Antiguo Régimen).

– La acción e influencia de los filósofos e enciclopedistas.

– La crisis financiera en que Francia se encontraba.

– La debilidad de carácter del rey Luis XVI para tomar decisiones.

2.-ETAPAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Estas fueron las principales etapas y Acontecimientos que ocurrieron durante la Revolución Francesa:

– Los Estados Generales: el rey convoca a los E. Generales

– La toma de la bastilla: La bastilla era símbolo de la opresión del rey, por esto fue tomada

– La Asamblea constituyente: la abolición del régimen feudal

– Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: Decía que los derechos esenciales del hombre eran: la libertad, la igualdad, la propiedad, la seguridad, y la resistencia a la opresión.

3.-DESARROLLO

a) Reunión de los estados generales:

El rey la convocó a los estados generales. Se hicieron las elecciones para elegir a los representantes de los estados generales. Los diputados y el clero juntos igualaban en número al tercer estado. La votación se hacía por estamentos. Así siempre se privilegiaba a las clases altas. El tercer estado exigió que las elecciones sean individuales. Para impedirlo el rey hizo cerrar la sala, pero se reunieron en una cancha de pelota y aquí tomaron el acuerdo de no disolverse hasta haber hecho una constitución para Francia.

b) La Convención:

En Abril de 1792 La asamblea le declaró la guerra a Austria, por albergar a los emigrados franceses. Después de perder contra los austríacos, se produjo un levantamiento popular en París. Luis XVI fue acusado de traición, fue depuesto y encarcelado. Mientras que la Asamblea reunió a una nueva asamblea llamada Convención Nacional. Las primeras decisiones de la convención fueron proclamar la república y procesar al rey pero después los jacobinos consiguieron que fuera condenado a muerte

c) Muerte de Luis XVI:

El rey Luis XVI murió en la guillotina en enero de 1793. Muchos Franceses sintieron la muerte del rey. Mientras tanto, Inglaterra con España, Prusia y Austria formaron una coalición y atacaron a Francia por todas sus fronteras. La Convención estaba dividida. Empezó una gran sublevación de campesinos, que permitió a los grupos más exaltados liderados por Danton, Marat y Robespierre, tomar el poder.

4.-CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA

a) Transformación política. El Liberalismo. Nace el Liberalismo se basa en que el pueblo es el verdadero soberano y el rey sólo un delegado que tiene que gobernar en beneficio de sus súbditos.

La Constitución garantiza los derechos del ciudadano. El poder está dividido entre el rey, el parlamento y los tribunales.

b)Cambios sociales. La iglesia pierde muchas de sus propiedades. Uno de los más importantes fue la supresión de los derechos feudales.

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Vocabulario usado en esta época:

Tercer Estado: representaba a la mayoría de la población estaba conformado por burgueses y mercaderes, campesinos, artesanos, obreros. Estos últimos vivían en una situación deplorable.

Derechos feudales: impuesto que pagaban los campesinos a los señores o nobles

Estado Llano: significa lo mismo que el tercer estado es el estrato social inferior La mayoría de ellos vivían en condiciones de miseria

Antiguo Régimen: tipo de estado que tenía Francia antes de la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en que gobernaba la monarquía absoluta.

Estados generales: eran una asamblea, compuesta por: el clero, la nobleza y el tercer estado. Esta asamblea se había citado por última vez en 1614 y el dramatismo de la situación obligó al gobierno a convocarla nuevamente.

Comuna de París: Nombre que recibió el gobierno revolucionario francés formado por 92 miembros durante la guerra franco-prusiana

Asamblea Constituyente: la conformaban miembros de la Asamblea Nacional que juraron no disolverse hasta haber conformado una constitución para Francia.

La Bastilla: Era una fortaleza que fue usada como cárcel. Para los que vivían cerca de ella era símbolo de la opresión del rey

El Consulado: etapa del gobierno de Napoleón en que se creó el código civil, entre otras cosas que se construyeron y crearon.

Constitución civil del clero: declaró, según la A. Constituyente, que los sacerdotes y obispos sería elegidos por votación popular y no por intervención del papa.

Directorio: gobierno que asumió antes de Napoleón que usaba claramente la división de los poderes. Duró 4 años caracterizados por los problemas económicos.

Jacobinos: partido político revolucionario francés, recibe este nombre porque se reunían en el convento de San Jacobo usaban un gorro rojo, pantalones largos, en oposición al A. Régimen y sus principales líderess fueron Marat, Danton y Robespierre.

Montañeses: Así se les llamaba también a los jacobinos

Girondinos: grupo republicano francés de clase media, participo en la asamblea legislativa y en la convención. Se llaman así porque provenían de Gironde, una región francesa. Eran Moderados

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Los símbolos de la Revolución:

EL GORRO FRIGIO

Símbolo de libertad, formaba parte del atuendo de los esclavos liberados en Grecia y Roma. Con un gorro de este tipo se cubrían también los marinos y galeotes del Mediterráneo. Se supone que los revolucionarios del sur de Francia lo copiaron. En el siglo XIX, el gorro frigio se consagró definitivamente como símbolo internacional de la libertad y el republicanismo.

gorro frigio

LA ESCAPARELA

Los primeros días de la Revolución Francesa atribuyen esos tres colores al símbolo revolucionario en forma de escarapela. En ese mes de julio de 1789, poco antes de la toma de la Bastilla y en medio de la intensa agitación que recorre las calles de París se forma una milicia que decide lucir un signo distintivo, una divisa iluminada con los dos colores parisinos de entonces, el rojo y el azul. El 17 de julio, cuando Luis XVI se dirige a París para reconocer a la nueva Guardia Nacional, luce la escarapela roja y azul a la que Lafayette, el comandante de la Guardia, parece haber añadido el blanco real.

La ley de 27 pluvioso del año II (15 de febrero de 1794) dispone que la bandera tricolor constituirá el pabellón nacional francés y llevará el color azul unido al asta, siguiendo la inspiración del pintor francés David.

En el siglo XIX el color blanco de los monárquicos legitimistas no cesará de enfrentarse a la herencia tricolor de la Revolución. El pabellón blanco lucirá de nuevo bajo los cielos de la Restauración, pero el rey Luis Felipe no tardará en volver a izar la bandera tricolor, esta vez llevando como adorno el gallo galo.

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LA MARSELLESA

1) FRANCES:Allons enfants de la PatrieLe jour de gloire est arrivéContre nous de la tyrannieL’étendard sanglant est levé (2x)Entendez vous dans les campagnesMugir ces féroces soldatsIls viennent jusque dans vos bras,Egorger vos fils, vos compagnes
(Refrain:)
Aux armes citoyens! Formez vos bataillons!Marchons, marchons,Qu’un sang impur abreuve nos sillons
Amour sacré de la PatrieConduis, soutiens nos bras vengeurs!Liberté, Liberté chérie!Combats avec tes défenseurs (2x).Sous nos drapeaux, que la victoireAccoure à tes mâles accents,Que tes ennemis expirantVoient ton triomphe et notre gloire!
(au Refrain)
Nous entrerons dans la carrière,Quand nos aînés n’y seront plusNous y trouverons leur poussièreEt les traces de leurs vertus. (2x)Bien moins jaloux de leur survivreQue de partager leur cercueil,Nous aurons le sublime orgueilDe les venger ou de les suivre!
(au Refrain)
¡ Aux armes citoyens !2) ESPAÑOL:Marchemos, hijos de la patria,Que ha llegado el día de la gloriaEl sangriento estandarte de la tiraníaEstá ya levantado contra nosotros (bis)¿ No oís bramar por las campiñasA esos feroces soldados?Pues vienen a degollarA nuestros hijos y a nuestras esposas
¡ A las armas, ciudadanos!¡ Formad vuestros batallones!Marchemos, marchemos,Que una sangre impuraEmpape nuestros surcos.
¿ Qué pretende esa horda de esclavos,De traidores, de reyes conjurados?¿ Para quién son esas innobles trabasy esas cadenasTiempo ha preparadas? (bis)
¡ Para nosotros, franceses ! Oh, qué ultraje ! (bis)¡ Qué arrebato nos debe excitar!Es a nosotros a quienes pretenden sumirDe nuevo en la antigua esclavitud¡ Y qué ! Sufriremos que esas tropas extranjerasDicten la ley en nuestros hogares,Y que esas falanges mercenariasVenzan a nuestros valientes guerreros? (bis)
¡ Gran Dios ! Encadenadas nuestras manos,Tendríamos que doblegar las frentes bajo el yugo!Los dueños de nuestro destinoNo serían más que unos viles déspotas.¡ Temblad ! tiranos, y también vosotros, pérfidos,Oprobio de todos los partidos!¡ Temblad ! Vuestros parricidas proyectosVan al fin a recibir su castigo. (bis)
Todos son soldados para combatiros.Si perecen nuestros héroes.Francia produce otros nuevosDispuestos a aniquilaros.¡ Franceses, como magnánimos guerrerosSufrid o rechazad los golpes !Perdonad estas pobres víctimasQue contra su voluntad se arman contra nosotros.Pero esos déspotas sanguinarios,Pero esos cómplices de Bouillé,Todos esos tigres que, sin piedad,Desgarran el corazón de su madre …Nosotros entramos en el caminoCuando ya no existan nuestros mayores ;Allí encontraremos sus cenizasY la huella de sus virtudes. (bis)
No estaremos tan celosos de seguirlesComo de participar de su tumba ;¡ Tendremos el sublime orgulloDe vengarles o de seguirles !¡ Amor sagrado de la patria,Conduce y sostén nuestros brazosvengadores !¡ Libertad, libertad querida,Pelea con tus defensores (bis)
¡ Que la victoria acuda bajo tus banderasAl oír tus varoniles acentos !¡ Que tus enemigos moribundosVean tu triunfo y nuestra gloria !
¡ A las armas ciudadanos !
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“La Marsellesa”, actual himno nacional de Francia fue originariamente un canto de guerra revolucionario e himno a la libertad, que se creó para subir la moral del ejército revolucionario francés que marchaba a la guerra hacia Austria, en concreto hacia el Rhin.

La historia

En 1792, tras la declaración de guerra del Rey a Austria, un oficial francés en misión en Estrasburgo, Rouget de l’Isle, compone, en la noche del 25 al 26 de abril, en casa de Dietrich, alcalde de la ciudad, un canto que es adoptado por los federados de Marsella que participan en la insurrección de las Tullerías, el 10 de agosto del mismo año. Su éxito es tal, que se lo declara “canto nacional” el 14 de julio de 1795.

La música

En pocas semanas, el “Himno de los Marselleses” se difunde en Alsacia en forma manuscrita o impresa, y pronto es publicado por numerosos editores parisienses. El carácter anónimo de las primeras ediciones dio lugar a que se dudara de que Rouget de l’Isle, compositor más bien mediocre, fuera realmente su autor.

No existe una versión única de la Marsellesa: desde el principio, ésta fue puesta en música en diversas formas, con o sin canto. Por eso, al ser declarada himno oficial en 1879 sin que se especificara la versión, podía producirse un gran desorden musical cuando se reunían diferentes formaciones.

LA DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y DEL CIUDADANO

Es, junto con los decretos del 4 y el 11 de agosto de 1789 sobre la supresión de los derechos feudales, uno de los textos fundamentales votados por la Asamblea nacional constituyente formada tras la reunión de los Estados Generales durante la Revolución Francesa.

El principio de base de la Declaración fue adoptado antes del 14 de julio de 1789 y dio lugar a la elaboración de numerosos proyectos. Tras largos debates, los diputados votaron el texto final el día 26 de agosto.

En la declaración se definen los derechos “naturales e imprescriptibles” como la libertad, la propiedad, la seguridad, la resistencia a la opresión. Asimismo,reconoce la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y la justicia. Por último, afirma el principio de la separación de poderes.

El Rey Luis XVI la ratificó el 5 de octubre, bajo la presión de la Asamblea y el pueblo, que había acudido a Versalles. Sirvió de preámbulo a la primera constitución de la Revolución Francesa, aprobada en 1791.

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TEXTO ÍNTEGRO aprobado en la ASAMBLEA NACIONAL FRANCESA – 1789

Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional. considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre, son las principales causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder legislativo y los del poder ejecutivo puedan en cada instante ser comparados con el objeto de toda institución política y sean más respetados; para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas desde ahora sobre principios simples e incontestables tiendan siempre al mantenimiento de la Constitución y a la felicidad de todos En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano:

Artículo 1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más que sobre la utilidad común.

Artículo 2. El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.

Artículo 3. El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación. Ningún cuerpo ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.

Artículo 4. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a otro; por tanto, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguren a los demás miembros de la sociedad el disfrute de estos mismos derechos. Estos límites no pueden ser determinados más que por la ley.

Artículo 5. La ley no tiene el derecho de prohibir más que las acciones nocivas a la sociedad. Todo lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido, y nadie puede ser obligado a hacer lo que ella no ordena.

Artículo 6. La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir personalmente, o por medio de sus representantes, a su formación. La ley debe ser idéntica para todos, tanto para proteger como para castigar. Siendo todos los ciudadanos iguales ante sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad, y sin otra distinción que la de sus virtudes y talentos.

Artículo 7. Ningún hombre puede ser acusado, arrestado ni detenido más que en los casos determinados por la ley y según las formas por ella prescritas. Los que soliciten, expidan, ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias, deben ser castigados, pero todo ciudadano llamado o designado en virtud de la ley, debe obedecer en el acto: su resistencia le hace culpable.

Artículo 8. La ley no debe establecer más que las penas estricta y evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado más que en virtud de una ley establecida y promulgada con anterioridad al delito, y legalmente aplicada.

Artículo 9. Todo hombre ha de ser tenido por inocente hasta que haya sido declarado culpable, y si se juzga indispensable detenerle, todo rigor que no fuere necesario para asegurarse de su persona debe ser severamente reprimido por la ley.

Artículo 10. Nadie debe ser molestado por sus opiniones, incluso religiosas, con tal de que su manifestación no altere el orden público establecido por la ley.

Artículo 11. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los más preciosos derechos del hombre. Todo ciudadano puede, pues, hablar, escribir, imprimir libremente, salvo la obligación de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley.

Artículo 12. La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano necesita de una fuerza pública; esta fuerza queda instituida para el bien común v no para la utilidad particular de aquellos a quienes está confiada.

Artículo 13. Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración es indispensable una contribución común. Esta contribución debe ser repartida por igual entre todos los ciudadanos, en razón de sus facultades.

Artículo 14. Todos los ciudadanos tienen el derecho de comprobar por sí mismos o por sus representantes la necesidad de la contribución pública, de consentirla libremente, de vigilar su empleo y de determinar su cuantía, su asiento. cobro y duración.

Artículo 15. La sociedad tiene el derecho de pedir cuentas a todo agente público de su administración.

Artículo 16. Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución.

Artículo 17. Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, si no es en los casos en que la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija evidentemente, y bajo la condición de una indemnización justa y previa.

LA GUILLOTINA

La guillotina es una máquina utilizada para aplicar la pena capital por decapitación.

La máquina empezó a ser llamada guillotina, por el Dr Joseph Ignace Guillotín, aunque se debe aclarar que él no fue el inventor de dicho dispositivo. Como diputado en la Asamblea Constituyente Francesa en ese entonces, el Dr. Guillotin propuso el uso de la máquina para llevar a cabo las ejecuciones. De modo que, como fue él quien sugirió el uso del artefacto, la máquina empezó a ser nombrada por su apellido.

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La guillotina tradicional consiste en un armazón de dos montantes verticales unidos en su parte superior por un travesaño denominado chapeau, que sostiene en alto una cuchilla de acero con forma triangular con un plomo de más de 60 kilogramos (mouton) en su parte superior. En su parte inferior se dispone un cepo de dos medias lunas (fenêtre) de las cuales la superior es móvil. Justo detrás de la máquina hay una plancha de madera que actúa como báscula.

Hasta el siglo XX, era común que la guillotina estuviera elevada sobre un cadalso y pintada de rojo. Una ejecución puede completarse en menos de un minuto; de hecho, la acción mecánica es tan rápida que la cabeza permanece consciente unos segundos después de haber sido cercenada.

Aunque la decapitación manual, mediante espada o hacha, se ha utilizado desde tiempos remotos, la decapitación mecánica no parece ser tan antigua. Es conocida por la fama que ganó a partir de 1792 durante la Revolución Francesa con sus decenas de miles de ejecuciones.

Para evitar al condenado sufrimientos inútiles, Guillotín propuso a la Asamblea (octubre de 1789) la adopción de la máquina, pero no fue escuchado. Insistió y, en abril de 1792, fue ensayada con cadáveres y animales. El secretario de la Academia de Cirugía, Doctor Antonio Luis, modificó la cuchilla horizontal por otra con forma oblicua, de mayor efectividad en el corte. La Asamblea Constituyente adoptó el uso de la guillotina a fin de que la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos ni clase social. El primer ajusticiado de esta forma fue un bandido llamado Pelletier, el 27 de mayo de 1792.

En un principio el corte de la hoja era horizontal, pero debido a los fallos en las pruebas realizadas con cadáveres y por recomendación del propio Luis XVI (el cual murió aguillotinado en la revolución), se inclinó para que cortase eficazmente. El reo es acostado sobre la báscula posterior y empujado al trangallo o cepo, donde su cuello queda aprisionado; el verdugo acciona un resorte y la cuchilla cae, separando la cabeza del tronco a la altura de la cuarta vértebra cervical, la cual es recogida en un saco de cuero (y no en un cesto, como tantas veces se ha visto en películas).

La última ejecución efectuada en Francia con este método tuvo lugar el 10 de septiembre de 1977; el ajusticiado se llamaba Hamida Djandoubi y era un inmigrante tunecino que había asesinado a su compañera.

Luego de sucesivas movilizaciones por parte de organizaciones de derechos humanos, fue abolida en 1981.

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 MARIANNE

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Es la figura alegórica de la República Francesa. Bajo la apariencia de una mujer tocada con un gorro frigio, Marianne encarna la República Francesa y representa la permanencia de los valores de la república y de los ciudadanos franceses: «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Marianne es la representación simbólica de la madre patria fogosa, guerrera, pacífica, alimentadora y protectora.

Origen del nombre: Marianne parece provenir de la contracción de Marie y Anne, dos nombres muy extendidos en el siglo XVIII entre la población femenina del reino francés.

Para los aristócratas contra-revolucionarios, ese nombre era considerado como peyorativo, debido a que representaba al pueblo. Los revolucionarios lo adoptaron para simbolizar el cambio de régimen, pero sobre todo porque subrayaba el simbolismo de la “madre patria”, de la madre alimentadora que protege a los hijos de la república. Los republicanos del Midi contribuyeron también a asociar ese nombre con su ideal político (una canción en occitano,La garisou de Mariano, fue muy popular en el otoño de 1792).

Este nombre será, dado el consenso entre partidarios y adversarios de la república, rápidamente aceptado por todo el pueblo francés.

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Personajes más relevantes en la Revolución.

Una vez analizada un poco la Revolución en la primera parte de este artículo, pasemos a conocer a los protagonista más destacados y que pueden aparecer de forma directa, o indirecta, en Assassin’s Creed Unity y seguramente Arno interactúe con varios de ellos a lo largo de esta nueva entrega de Assassins Creed.

Luis XVI de Francia

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(23/08/1754 – 21/01/1793) Rey de Francia (1774-1792) derrocado durante la Revolución Francesa y decapitado.

Nieto de Luis XV. Al fallecer sus dos hermanos mayores y su padre, único hijo de Luis XV, se convirtió en el delfín (príncipe heredero) de Francia en 1765.

El 16 de mayo de 1770 se casó en la capilla de palacio de Versalles con María Antonieta, hija menor de la archiduquesa María Teresa de Austria. El matrimonio no fue consumado hasta siete años después de la boda, cuando ya había sido coronado. Tuvieron cuatro hijos.

Al llegar al trono, el problema primordial al que tuvo que enfrentarse fue con el déficit acumulado por los dos reinados anteriores. Inmediatamente redujo algunas de las contribuciones más gravosas y modificó el sistema financiero con el apoyo de políticos como Anne Robert Jacques Turgot, ministro de Hacienda,Chrétien Guillaume de Lamoignon de Malesherbes, ministro de Estado, y Charles Gravier, conde de Vergennes, ministro de Asuntos Exteriores, aunque la nobleza le impidió llevar a cabo reformas más amplias.

Tras conceder ayuda económica a las colonias angloamericanas durante su guerra de la Independencia contra el dominio británico (1778-1781), Necker propuso la aplicación de impuestos a la nobleza para equilibrar el déficit presupuestario. La impopularidad de esta medida entre las clases influyentes provocó su dimisión en 1781.

El 14 de julio de 1789 el pueblo parisino asaltó La Bastilla y retuvo a la familia real en el palacio de las Tullerías. Los monarcas, junto con sus hijos, intentaron huir a Austria en junio de 1790, pero fueron capturados y enviados a París.

Luis juró obediencia a la nueva Constitución francesa en julio de 1790, aunque siguió conspirando en contra del gobierno revolucionario. En 1792 la Convención Nacional, la asamblea de diputados francesa, proclamó la República. El Rey, desposeído de sus títulos fue procesado como el “ciudadano Luis Capet” (apellido de su familia), acusado de traidor a la nación, por haber mantenido correspondencia secreta con los monarcas europeos que se interesaban por su salvación.

Luis XVI fue guillotinado en la Plaza de la Revolución, hoy Plaza de la Concordia, el 21 de enero de 1793, 1 de la República. Sus últimas palabras fueron: “¡Pueblo, muero inocente!”.

María Antonieta

Marie Antoinette

(Viena, 1755 – París, 1793) Reina de Francia. Hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa, contrajo matrimonio en 1770 con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI. Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeada de una camarilla intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria y despilfarradora. Ejerció una fuerte influencia política sobre su marido (al que nunca amó), ignoró la miseria del pueblo y, con su conducta licenciosa, contribuyó al descrédito de la monarquía en los años anteriores a la Revolución Francesa.

Pero quizá lo que más se recuerda de María Antonieta es su dramático final: detenida junto con el rey y otros nobles cuando trataban de huir de París, fue juzgada por el Tribunal Revolucionario y condenada a morir en la guillotina. Para la multitud que la contempló ese día, María Antonieta era la encarnación del Mal; para muchos otros fue una reina mártir y un símbolo de la majestad y la entereza. Sin duda, una de las reinas más bellas que tuvo Europa y la más primorosa joya de Francia.

Desde su nacimiento en 1755, María Antonieta Josefa Ana de Austria, más conocida como María Antonieta de Austria, había vivido sumergida en la suntuosidad de la corte vienesa, rodeada de atenciones y ternura.

A los 12 años supo que iba a ser reina de Francia. Su madre se dispuso a hacer de ella una perfecta princesa parisina y le asignó dos expertos que se ocuparan a fondo de la futura cabeza real: un preceptor eclesiástico y un ilustre peluquero. El primero debía reforzar su fe y su francés; al segundo se le encomendó la no menos delicada misión de edificar en la cabellera de la infanta una versallesca torre dorada llena de bucles. Una semana después, ambos se confesaron derrotados. El preceptor aseguraba que María Antonieta poseía un cerebro ingenioso y despierto, pero rebelde a toda instrucción; el peluquero no podía culminar su obra debido a la frente demasiado alta y abombada de la joven.

A los 14 años, cuando se casó con el duque de Berry, entonces Delfín y futuro rey Luis XVI, María Antonieta era ya una deliciosa muchacha espléndidamente formada, con un exquisito rostro oval, un cutis de color entre el lirio y la rosa, unos ojos azules y vivos capaces de condenar a un santo, un cuello largo y esbelto y un caminar digno de una joven diosa. Para el gusto francés, sólo su boca, pequeña y dotada del desdeñoso labio inferior de los Habsburgo, resultaba desagradable.

El matrimonio con el futuro rey de Francia fue bendecido el 16 de mayo de 1770. Hubo fastos, desfiles, grandiosas fiestas y solemnidades. Poco después, por la noche, no hubo nada. Al menos eso consignaría el Delfín en su diario en la mañana del día 17: “Rien.” Una sola y enojosa palabra que seguirá escribiendo durante siete años, hasta que ella tenga el primero de sus cuatro hijos. María Antonieta, vital y poco inclinada a la santidad, se aburría soberanamente con su esposo y pronto comenzó a salir de incógnito por la noche, oculta tras la máscara de terciopelo o el antifaz de satén, y a resarcirse con algo más que simples galanterías.

Reina de Francia

En cuanto al Delfín, era robusto y bondadoso, pero también débil y no demasiado inteligente. Convertido en Luis XVI a los 20 años, María Antonieta escribirá a su madre: “¿Qué va a ser de nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser reyes tan jóvenes. Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en esta hora fatídica!”. María Antonieta pronto se convirtió en símbolo escandaloso de la más licenciosa corte de Europa. Trataba de agradar y de obrar con acierto, pero no lo conseguía.

Sus faltas, exageradas por la opinión pública y consideradas como ejemplo vivo del desenfreno de la corte, no fueron otras que su desprecio a la etiqueta francesa, sus extravagancias y la constante búsqueda de placeres en el fastuoso grupo del conde de Artois, así como sus caprichosas interferencias en los asuntos de Estado para encumbrar a sus favoritas. Derrochadora, imprudente y burlona, la prensa clandestina comenzó a pintarla como un ser depravado y vendido a los intereses de la casa de Austria. La calumnia salpicaba su trono, siendo exagerada hasta el paroxismo por los libelos de la Revolución. Según los panfletos, la lista de sus amantes era interminable y sus excesos dignos de una Mesalina. Pronto fue conocida entre el pueblo con el despectivo mote de “la austríaca”.

En 1785, un nuevo escándalo atribuido a su codicia vino a deteriorar su ya más que vapuleada fama. Todo el asunto giró alrededor de la más rica joya de la época. El célebre collar, realizado por los mejores orfebres de París para madame Du Barry, favorita del rey Luis XV, era una pieza insuperable. Sus más de mil diamantes, rubíes y esmeraldas parecían haber sido forjados pacientemente por los dioses en las entrañas de la tierra con el único fin de recibir la caricia del oro en un lugar preciso de la joya. Muerta la Du Barry antes de que se diera fin a la obra, la condesa de La Motte, aventurera que servía en la corte y pertenecía al círculo del tenebroso conde Cagliostro, embaucó al cardenal Louis de Rohan, rico y disoluto cortesano caído en desgracia, haciéndole creer que María Antonieta deseaba obtener el magnífico collar y que, no disponiendo del dinero suficiente, estaba dispuesta a firmar un contrato de compra si él lo garantizaba.

El cardenal, deseoso de congraciarse con María Antonieta, se entrevistó con quien creía que era la reina, suplantada por una bella joven apellidada d’Oliva, accedió a su petición y el 1 de febrero de 1785 el collar fue trasladado a Versalles. Pero no llegó a manos de la reina, sino que por una sucesión de intrigas fue a parar a la condesa de La Motte, que desapareció de París con su marido y se dedicó a vender afanosamente las gemas por separado. Una vez descubierta la estafa, la condesa aseguró ser favorita íntima de María Antonieta y esgrimió unas cartas comprometedoras de la reina falsificadas. María Antonieta fue acusada de intrigante y ambiciosa, y aunque el juicio demostró su inocencia, la campaña política orquestada para desprestigiarla tuvo éxito. El cardenal de Rohan fue desterrado, la condesa de La Motte azotada públicamente y su esposo condenado a galeras, pero el castigo ejemplar no pudo borrar el nuevo baldón que había caído sobre la honorabilidad de la reina.

La Revolución

La caída de la monarquía se fraguó en pocos meses. Ni Luis XVI ni María Antonieta comprendieron el carácter de los cambios que se avecinaban, provocando así su propia ruina. Ya no había posibilidades de reconciliación entre el pueblo y el rey. El intento de huida de los monarcas no hizo sino acentuar esta ruptura y patentizar que el país había dado la espalda a la corona.

El conde sueco Axel de Fersen, amante fidelísimo de María Antonieta, se encargó de preparar el plan de fuga con un grupo de selectos y secretos monárquicos. La familia real debía huir de París saliendo de las Tullerías durante la noche por una puerta falsa y dejando una proclama de acentos tradicionales dirigida al pueblo de París: “Volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro mejor amigo.” Sólo consiguieron llegar hasta Varennes, donde fueron reconocidos y detenidos. Cuando Luis XVI leyó el decreto que le obligaba a regresar, dijo: “Ya no hay rey en Francia”. La Asamblea Legislativa no tuvo más remedio que someterse a cabecillas revolucionarios como Robespierre y Danton. No pudo evitar el asalto por las masas de la residencia real, arrebató los poderes al rey y permitió que fuese encarcelado en la torre del Temple. Después, para la realeza, no quedaba sino un trágico epílogo.

María Antonieta acompañó a su esposo a la prisión haciendo gala de un valor que ennobleció su figura, mostró cierta locura luego en el heroísmo al aceptar con patética serenidad la separación de sus hijos y la ejecución de su esposo en enero de 1793. Trasladada a la Conciergerie siete meses después y encerrada en una celda sin luz ni aire, sin abrigo, vigilada en todo momento por guardias muchas veces borrachos, sus nervios estuvieron a punto de quebrarse en vísperas del juicio. Pero resistió.

Durante el proceso intentó defenderse con sus últimos restos de dignidad, contestó en términos que confundieron a sus crueles enemigos y, ante la acusación suprema de haber corrompido a sus hijos, guardó primero silencio y luego, dirigiéndose hacia el público, exclamó: “¡Apelo a todas las madres que se encuentran aquí!” Las deliberaciones del tribunal duraron tres días y tres noches, siendo por fin declarada culpable de alta traición como “viuda del Capeto”. El 16 de octubre de 1793, a media mañana, sería exhibida en carreta por París ante los ojos de la multitud.

Ninguna imagen más expresiva ni más elocuente del enorme cambio que se había operado en ella que su famoso dibujo: no hay parecido alguno entre aquella ruina humana que marcha al encuentro de su destino y la mujer que había sido, según apreciara Walpole, la elegancia personificada. Luego subiría lentamente los peldaños del cadalso, redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza ensangrentada, asida por los cabellos por uno de los verdugos, sería mostrada a la multitud vociferante.

Carlos X

Carlos X

Rey de Francia, último de la Casa de Borbón (Versalles, 1757 – Gorizia, Venecia, 1836). Hermano menor de Luis XVI y de Luis XVIII, sucedió a este último en 1824; hasta entonces se le conocía como conde de Artois. Durante la época de la Revolución francesa (1789-1814) había permanecido en el exilio, desde donde intrigó continuamente en busca de apoyos para la causa monárquica. Con la restauración de la monarquía borbónica, regresó a Francia, manteniéndose apartado de la política bajo el reinado de Luis XVIII (1814-24). No obstante, a su alrededor se agruparon los ultras, partidarios de restablecer el absolutismo del Antiguo Régimen como si la Revolución no hubiera existido. Luego, su reinado (1824-30) estuvo marcado por esa tendencia reaccionaria, ejecutada por sus ministros Villèle y Polignac. La impopularidad que alcanzó tal política inmovilista y atávica provocó una nueva revolución de carácter liberal en julio de 1830, que le arrebató el Trono en favor de Luis Felipe de Orléans e instauró una monarquía de tipo constitucional. De nada sirvió un último intento de Carlos de salvar a la dinastía abdicando en su nieto, el futuro conde de Chambord; hubo de partir al exilio, de donde nunca regresaría.

Anne-Robert Jacques Turgot

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(París, 1727 – 1781) Economista y político francés. Nacido en el seno de una familia de notable experiencia política, abandonó la carrera eclesiástica poco antes de su ordenación. Robert Jacques Turgot fue uno de los gobernantes franceses más representativos de la segunda mitad del siglo XVIII, y el que se consagró más a fondo a una concreta reforma económica y social. Después de haberse afianzado brillantemente en la Sorbona, abandonó en 1751 la carrera eclesiástica, a la cual había estado inclinado, y se orientó hacia la administrativa. Colaboró con un grupo de enciclopedistas, y escribió diversos artículos para la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert; se relacionó, además, con los fisiócratas, y singularmente con su jefe, François Quesnay, aunque no compartía por completo el riguroso “esprit de système” de tales economistas. Una gran libertad, en efecto, lo mantuvo apartado de cualquier sistema esquemático abstracto; sus reformas, aun cuando inspiradas en las premisas de la fisiocracia, no quedaron encerradas en tales límites.

Intendente real de Limoges de 1761 a 1774, Turgot adquirió un conocimiento preciso de las exigencias económicas de la región, cuyas condiciones mejoró a través de una serie de audaces y adecuadas medidas, en las cuales quedaron comprendidas la abolición de las “corvées” y la sustitución de las mismas por prestaciones monetarias, que procuró distribuir con la mayor ecuanimidad. Al mismo tiempo favoreció las comunicaciones, la instrucción y el desarrollo agrícola e industrial, y llevó a cabo una intensa labor de socorro con motivo de las graves penurias de 1770 y 1771.

La capacidad con que desempeñó su cargo le valió, en agosto de 1774, el nombramiento de ministro de Hacienda del nuevo monarca, Luis XVI, dignidad que conservó hasta el mes de mayo de 1776. En el curso de estos dos años se entregó resueltamente a la ardua misión de la reorganización administrativa y del fortalecimiento del crédito público; proclamó la libertad de comercio del trigo, uno de los puntos fundamentales del programa de los fisiócratas; suprimió los gremios y luchó con dura intransigencia contra las sinecuras de los nobles y los abusos de la administración.

Todo ello provocó violentas reacciones, tanto por parte del pueblo, que atribuía a la supresión de los impedimentos comerciales una acusada subida de los precios de los productos agrícolas, como del lado de los intereses perjudicados. Sin embargo, el peor enemigo de Turgot resulta ser la mala cosecha de 1774, que eleva los precios durante el invierno de 1774 y la primavera de 1775. En abril se producen disturbios en Dijon, y a principios de mayo tienen lugar las revueltas conocidas como la “Guerra de las harinas”. Turgot demuestra firmeza en la represión de los disturbios, y consigue el apoyo del Rey.

Jacques Necker

Jacques Necker

Financiero y político francés (Ginebra, 1732 – Coppet, Ginebra, 1804). Aunque nacido en una familia protestante de Ginebra, vivió en París desde los quince años y se convirtió en uno de los banqueros más importantes de la ciudad. Desde 1768, sin embargo, abandonó sus negocios, atraído por la ciencia y la literatura (en el salón de su mujer se reunían por entonces algunos de los intelectuales más destacados de la Ilustración, como Diderot y D’Alaembert).

Los contactos establecidos en la corte como prestamista de la Corona y como representante diplomático de la ciudad-estado de Ginebra le facilitaron la entrada en la política francesa: en 1777 sustituyó a Turgot como ministro de Hacienda de Luis XVI, en lucha desesperada contra el endeudamiento de las finanzas reales.

La confianza que inspiró en el mundo financiero y el acierto de sus primeras medidas produjeron una mejora transitoria de la situación, rota a partir de 1780 cuando la intervención francesa en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América (1778-83) volvió a desequilibrar las cuentas.

Por otro lado, la corte y los parlamentos provinciales se opusieron a las reformas fiscales que proponía Necker, temerosos de perder sus privilegios; cuando el ministro expuso su punto de vista en un Informe al rey fue inmediatamente destituido, pues, además de atacar el principio del secreto de las finanzas reales, había puesto en evidencia a la aristocracia denunciando las pensiones que recibía de unas arcas reales a las que no contribuía (1781).

Las finanzas reales siguieron deteriorándose bajo la dirección de Calonne y de Brienne y el descrédito de la Monarquía allanaba paulatinamente el camino de la Revolución. La bancarrota de 1788 decidió al rey a llamar de nuevo al popular Necker; éste le convenció de que para remediar la situación era preciso convocar unos Estados Generales que afrontarán reformas profundas en la Monarquía. Enfrentado a la corte por su insistencia en que el rey ofreciera concesiones al Tercer Estado, acabó por ser destituido en 1789.

Su cese fue uno de los detonantes del asalto a la Bastilla con el que estalló la Revolución francesa. Aún fue llamado una vez más, pero mantuvo una posición ambigua y decidió retirarse a Ginebra debido a su desacuerdo con medidas radicales de la Asamblea revolucionaria, como la confiscación de los bienes del clero o la emisión de los asignados (1790).

Voltaire

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(1694-1778) Escritor francés. Fue la figura intelectual dominante de su siglo. Ha dejado una obra literaria heterogénea y desigual, de la que resaltan sus relatos y libros de polémica ideológica. Como filósofo, Voltaire fue un genial divulgador, y su credo laico y anticlerical orientó a los teóricos de la Revolución Francesa.

Voltaire estudió en los jesuitas del colegio Louis-le-Grand de París (1704-1711). Su padrino, el abate de Châteauneuf, le introdujo en la sociedad libertina del Temple. Estuvo en La Haya (1713) como secretario de embajada, pero un idilio con la hija de un refugiado hugonote le obligó a regresar a París. Inició la tragedia Edipo (1718), y escribió unos versos irrespetuosos, dirigidos contra el regente, que le valieron la reclusión en la Bastilla (1717). Una vez liberado, fue desterrado a Châtenay, donde adoptó el seudónimo de Voltaire, anagrama de Árouet le Jeune» o del lugar de origen de su padre, Air-vault.

Un altercado con el caballero de Rohan, en el que fue apaleado por los lacayos de éste (1726), condujo a Voltaire de nuevo a la Bastilla; al cabo de cinco meses, fue liberado y exiliado a Gran Bretaña (1726-1729). En la corte de Londres y en los medios literarios y comerciales británicos fue acogido calurosamente; la influencia británica empezó a orientar su pensamiento. Publicó Henriade (1728) y obtuvo un gran éxito teatral con Bruto (1730); en la Historia de Carlos XII (1731), Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la sátira El templo del gusto(1733) le atrajo la animadversión de los ambientes literarios parisienses.

Pero su obra más escandalosa fue Cartas filosóficas o Cartas inglesas (1734), en las que Voltaire convierte un brillante reportaje sobre Gran Bretaña en una acerba crítica del régimen francés. Se le dictó orden de arresto, pero logró escapar, refugiándose en Cirey, en la Lorena, donde gracias a la marquesa de Châtelet pudo llevar una vida acorde con sus gustos de trabajo y de trato social (1734-1749).

El éxito de su tragedia Zaïre (1734) movió a Voltaire a intentar rejuvenecer el género; escribió Adélaïde du Guesclin (1734), La muerte de César (1735), Alzire o los americanos (1736), Mahoma o el fanatismo (1741). Menos afortunadas son sus comedias El hijo pródigo(1736) y Nanine o el prejuicio vencido (1749). En esta época divulgó los Elementos de la filosofía de Newton(1738).

Ciertas composiciones, como el Poema de Fontenoy(1745), le acabaron de introducir en la corte, para la que realizó misiones diplomáticas ante Federico II. Luis XV le nombró historiógrafo real, e ingresó en la Academia Francesa (1746). Pero no logró atraerse a Mme. de Pompadour, quien protegía a Crébillon; su rivalidad con este dramaturgo le llevó a intentar desacreditarle, tratando los mismos temas que él:Semíramis (1748), Orestes (1750), etc.

Su pérdida de prestigio en la corte y la muerte de Mme. du Châtelet (1749) movieron a Voltaire a aceptar la invitación de Federico II. Durante su estancia en Potsdam (1750-1753) escribió El siglo de Luis XIV (1751) y continuó, con Micromégas (1752), la serie de sus cuentos iniciada con Zadig (1748).

Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de «Les Délices» (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Servet en su Ensayo sobre las costumbres (1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la amistad de Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, La doncella(1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido «devoto» de los católicos. Frutos de su crisis de pesimismo fueron el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756) y la novela corta Candide (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de Ferney, donde Voltaire vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la élite de los principales países de Europa, representó sus tragedias (Tancrède, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y multiplicó los escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de «aplastar al infame», es decir, el fanatismo clerical.

Sus obras mayores de este período son el Tratado de la tolerancia (1763) y el Diccionario filosófico (1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, etc.). Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a Voltaire, pudieron dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de morir (1778), se le hizo un recibimiento triunfal en París. En 1791, sus restos fueron trasladados al Panteón.

Maximilien de Robespierre

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Político de la Revolución francesa que instauró el régimen del Terror (Arras, Artois, 1758 – París, 1794). Procedente de la pequeña nobleza del norte de Francia, se hizo abogado y frecuentó los círculos literarios y filosóficos de su ciudad en la década de 1780; sus escritos de esa época muestran la influencia de las ideas democráticas de Rousseau.

Cuando Luis XVI convocó a los Estados Generales para resolver la quiebra de las finanzas reales (1788), Robespierre fue elegido para representar al Tercer Estado de Artois. Y cuando la conversión del Tercer Estado en Asamblea Nacional puso en marcha la Revolución francesa (1789), Robespierre se erigió en defensor de las ideas liberales y democráticas más avanzadas (por ejemplo, fue él quien propuso la ley de 1791 que prohibía la reelección de los diputados, con la intención de renovar radicalmente el personal político).

No obstante, no parece que sostuviera convicciones republicanas hasta que la deslealtad del rey a la Constitución (con el intento de fuga de la familia real en 1791) defraudó su confianza en la fórmula monárquica; entonces sí, fue uno de los promotores de la ejecución de Luis XVI y de la implantación de la República.

Hombre íntegro, virtuoso y austero (recibió el sobrenombre de el Incorruptible), llevó su rigor moral y su fidelidad a los principios hasta el fanatismo. Esa fama le convirtió en uno de los líderes más destacados del Club de los Jacobinos, que agrupaba al partido revolucionario radical. Allí sostuvo la idea de mantener la paz con las potencias extranjeras para consolidar la revolución en Francia, pues veía en la guerra exterior que impulsaban los girondinos un claro peligro de debilitamiento del régimen.

El apoyo de las masas revolucionarias de París (lossans-culottes) a tales ideas se expresó en una «revolución dentro de la Revolución» en 1792-93, que llevó a Robespierre al poder: primero como miembro de la Comuna revolucionaria que ostentaba el poder local; luego como representante de la ciudad en la Convención nacional que asumió todos los poderes, y en la que Robespierre apareció como portavoz del partido radical de la Montaña (junto con Danton y Marat); y, una vez eliminados del poder los girondinos, como miembro del Comité de Salvación Pública en el que la Convención delegó el poder ejecutivo (1793).

Tras arrebatarle el poder a Danton, Robespierre se convirtió en el «hombre fuerte» de aquel Comité, secundado por Saint-Just; instauró una dictadura de hecho para salvar a la Revolución de las múltiples amenazas que se cernían sobre ella: el ataque militar de las monarquías absolutistas europeas coligadas contra Francia, la amplitud de la insurrección contrarrevolucionaria en el interior (conocida como laVendée), la quiebra de la Hacienda Pública y el empobrecimiento de las masas populares.

Robespierre impuso una sangrienta represión para impedir el fracaso de la Revolución, no dudando en aprobar leyes que recortaban las libertades y simplificaban los trámites procesales en favor de una «justicia» revolucionaria tan expeditiva como arbitraria; completaba el mecanismo represivo un sistema de delación extendido por todo el país mediante 20.000 comités de vigilancia. En 1794 eliminó físicamente a la extrema izquierda (los partidarios de Hébert) y a los revolucionarios moderados (los indulgentes de Danton y Desmoulins), al tiempo que perseguía sin piedad a toda clase de contrarrevolucionarios, monárquicos, aristócratas, clérigos, federalistas, capitalistas, especuladores, rebeldes, traidores y desafectos (hasta 42.000 penas de muerte en un año).

Buscaba así eliminar las disensiones y cohesionar a la población en torno al gobierno revolucionario y al esfuerzo de guerra. Adoptó medidas sociales encaminadas a ganarse el apoyo de las masas populares urbanas, como la congelación de precios y salarios. Quiso recuperar la religión como fundamento espiritual de la moral y del Estado, instaurando por decreto el culto del Ser Supremo y celebrando en su honor una fiesta en la que quemó una estatua que simbolizaba el ateísmo. El éxito obtenido en la batalla de Fleurus (1794), que detuvo el avance de los ejércitos austriacos y prusianos hacia París, culminó la obra de Robespierre poniendo a salvo el régimen revolucionario; pero fue también el inicio de su caída, pues al desaparecer la situación de emergencia resultaban aún más injustificados los excesos del Terror.

Una coalición de diputados de diversas tendencias obtuvo de la Convención el cese y arresto de Robespierre y sus colaboradores en el Comité, en una turbulenta sesión en la que se impidió hablar a los acusados y en la que el propio Robespierre resultó herido. De nada sirvió el conato de insurrección popular que protagonizaron los sans-culottes para salvar a Robespierre. Juzgado por sus propios métodos, fue guillotinado junto con 21 de sus partidarios en la plaza de la Revolución, poniendo fin al Terror y dando paso a un periodo de reacción hacia posiciones moderadas.

Camille Desmoulins

Desmoulins

(Guise, 1760-París, 1794) Político y publicista francés. Publicó algunas obras en las que preconizaba la caída del Antiguo Régimen y la cercana revolución, entre ellas La filosofía del pueblo francés (1788) y Francia libre (1789). El 12 de julio de 1789 se dirigió al pueblo reunido en los jardines del Palais Royal instándoles a que se levantara en armas, y anunció que la corte preparaba una «noche de San Bartolomé de los patriotas». Secretario de Danton y diputado por París en la Convención, editó los periódicos Révolutions de France et de Brabant (1789-1791) y Le Vieux Cordelier (1793), contra los hebertistas, provocando la desconfianza de Robespierre. Cofundó, con Danton, el club de los Cordeliers, en el que destacó por sus discursos, que ejercieron gran influjo sobre la opinión revolucionaria. Atacó a los girondinos en su obra Historia de los brissotinos(1793). Condenado a la última pena por Robespierre, murió guillotinado.

Educado en el Collège Louis-le-Grand, Desmoulins ejerció como abogado en la capital francesa desde 1785. Ya en sus obras La filosofía del pueblo francés(1788) y Francia libre (1789), que contribuyeron al desarrollo del clima prerrevolucionario, se puso de manifiesto su adhesión incondicional a la revolución. Tras la dimisión de Necker, arengó al pueblo con sus discursos y figuró entre los promotores y jefes de la insurrección del 14 de julio, aun cuando se mostrará moderado en el Discours de la Lanterne aux Parisiens. Con el estallido de la Revolución francesa, sus escritos y discursos, de ideología opuesta a los girondinos y próxima a los jacobinos, ejercieron gran influencia.

Entre 1789 y 1791 publicó el periódico Las revoluciones de Francia y del Brabante, dedicado a esclarecer la idea revolucionaria. El primer número apareció el 28 de noviembre de 1789, es decir, al comienzo del movimiento revolucionario francés. En el número 73, la publicación cambió el título primitivo por otro más explicativo: Révolutions de la France et des royaumes qui demandant une Assemblée national et arborant la cocarde, mériteront une place dans les fastes de la liberté. El último número, el 86, apareció en julio de 1791, después del episodio del Campo de Marte, cuando Desmoulins se vio obligado a presentar su dimisión como periodista.

Las revoluciones de Francia y del Brabante constituyen uno de los documentos más notables de la literatura política francesa, imprescindible para penetrar en el espíritu de aquellos tiempos y reconstruir su historia. No se trata de un diario de noticias, sino de una serie de elocuentes panfletos de carácter brillantemente erudito, que expresan las peripecias de la opinión revolucionaria y atestiguan la cualidad de orador apasionado y a menudo virulento de Desmoulins.

Próximo a Robespierre en los inicios de la Revolución, Camille Desmoulins acabaría por decantarse por la moderación que representaba Danton, quien lo nombró secretario general del ministerio de Justicia tras su participación en la revolución de 1792. Con Danton cofundó asimismo el club de los Cordeliers. Participó en la demanda de abdicación del rey, fue elegido diputado de la Convención y, con los violentos ataques contenidos en obras como Fragmentos de una historia secreta de la Revolución(1793) e Historia de los brissotinos (1793), contribuyó a la condena de los girondinos y de su jefe Brissot.

El libelo Historia de los brissotinos (como también se llamaba a los girondinos por el apellido de su líder) era una violenta requisitoria que señalaba su política como una traición a la revolución, y recogía todas las murmuraciones que corrían contra cada uno de los hombres del partido, acusándolos de traidores y de haber pactado con las potencias extranjeras enemigas de la revolución. El libro contribuyó a hacer impopular a la Gironda y a empujarla a la catástrofe, con espanto del propio Desmoulins, quien sintió vivamente su parte de responsabilidad moral en el trágico fin de los hombres que atacó, por no haber sabido calcular las consecuencias de la ruina de un partido que representaba una fuerza moderadora de aquel Terror que acabaría por derribarle a él mismo.

A partir de 1793 editó el periódico revolucionario Le Vieux Cordelier, contra los partidarios de Hébert. Aunque defendió la indulgencia respecto de estos últimos, Desmoulins, que se había mostrado partidario de detener el Terror jacobino, se vio luego arrastrado por la caída de Danton y fue procesado y finalmente guillotinado por orden de Robespierre. Es célebre la respuesta que dio al preguntársele la edad: “Los años del sans-culotte Jesús, fatales para los revolucionarios”. El 6 de abril de 1794 murió con Danton en la guillotina.

Marqués de La Fayette

Marqués de La FayetteMarqués de La FayetteLa Fallete invitando a Connor a París

(Marie Joseph Paul Yves Roch Gilbert Motier, marqués de La Fayette o Lafayette; Chavaniac, Auvernia, 1757 – París, 1834) Militar y político francés. Este joven y rico aristócrata, oficial del ejército de Luis XVI, dejó pronto el ejército y se interesó por la ideología política liberal. Tuvo una intervención destacada en la Guerra de la Independencia de las trece colonias británicas de Norteamérica: primero organizando un cuerpo de voluntarios para combatir junto a los insurgentes americanos, por iniciativa propia y contraviniendo las órdenes del rey (1777), en 1777 se presenta voluntario para viajar a América y participar en las guerras americanas; luego contribuyendo a intensificar la intervención oficial de su país en apoyo de los revolucionarios (1779); y, finalmente, mandando las tropas francesas que colaboraron con el ejército de Washington contra los británicos, tarea en la que obtuvo la decisiva victoria de Yorktown (1781). En Assassin’s Creed III forma parte del bando de George Washington.

Terminada la guerra en 1783 con la independencia de Estados Unidos de América, La Fayette regresó a Francia. En 1789 fue elegido diputado por el brazo nobiliario para los Estados Generales de los que surgió la Revolución. Adherido desde el comienzo a la causa revolucionaria, su prestigio como defensor de la libertad en la pasada guerra contra Gran Bretaña hizo que fuera nombrado presidente de la Asamblea Nacional y comandante de la Guardia Nacional.

Durante los primeros años de la Revolución el «héroe de dos mundos» fue muy popular, al encarnar a la nobleza liberal y el brazo armado del nuevo régimen; pero tuvo también un papel de moderador, defendiendo el mantenimiento de la monarquía constitucional e impidiendo los ataques contra la familia real. En 1791 fue él quien trajo a París al rey Luis XVI, sorprendido en Varennes cuando intentaba huir de Francia; pero fue también él quien ordenó disparar sobre las masas de manifestantes que, como consecuencia, pedían su destronamiento (matanza del Campo de Marte).

Tras la formación del régimen republicano de la Convención (1792), La Fayette dio la razón a quienes dudaban de su lealtad, al huir de Francia después de haber fracasado en el intento de sublevar a sus tropas en favor del rey. Sin embargo, los enemigos de Francia en aquel momento no le acogieron como un aliado y le mantuvieron prisionero, primero en Prusia y luego en Austria; fue Napoleón quien obtuvo su liberación tras derrotar a los austriacos en 1797.

Durante la época del Imperio se mantuvo al margen de la política; pero más tarde contribuyó a forzar la abdicación final de Napoleón (1815) y encabezó la oposición liberal contra Luis XVIII y Carlos X. Durante la Revolución de 1830, la aclamación de las masas le llevó de nuevo al mando de la Guardia Nacional. Desde aquel puesto apoyó el acceso al Trono de Luis Felipe de Orleans; pero volvió a las filas de la oposición tan pronto como comprobó que con la «Monarquía de Julio» no se realizaban sus anhelos de libertad política (1831-34).

Jean-Paul Marat

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(Boudry, Francia, 1743-París, 1793) Político francés. Nació en el seno de la humilde familia Mara, de origen sardo, de la que tomó su apellido. Estudió medicina en París y se doctoró en Londres, donde en 1774 publicó en inglés The Chains of Slavery, obra en la que critica a la monarquía ilustrada. De este período datan sus primeros contactos con la francmasonería.

Al estallar la Revolución Francesa aumentó su exaltada propaganda de la misma, lo que le granjeó no pocas amonestaciones y enemistades. La publicación del periódico L’Ami du Peuple, plataforma de sus ideas sobre la libertad de expresión y la condena del Antiguo Régimen, lo llevó a prisión por primera vez.

Como miembro del club de los cordeliers, dirigió fuertes ataques contra el ministro Necker, La Fayette y el rey Luis XVI cuando éste trató de huir de Francia. Sus virulentas críticas le obligaron a exiliarse en Londres en dos ocasiones. Sin embargo, sus ideas y su defensa de los derechos del pueblo lo convirtieron en un personaje muy apreciado y popular.

En 1792 tomó parte en las matanzas de septiembre y fue elegido miembro de la Convención y de la Comuna de París, pero tropezó con la animadversión de los girondinos al incitar al pueblo a usar la fuerza y reclamar la dictadura. Cerró su antiguo periódico para publicar el Journal de la Republique Française, y consiguió los votos necesarios para enviar a Luis XVI a la guillotina.

Durante la crisis de la primavera de 1793, los girondinos consiguieron que la Convención le acusase de incitar al pueblo a la violencia, pero fue declarado inocente. La caída definitiva de los girondinos se produjo el 2 de junio de 1793, pero Marat, enfermo y exhausto tras años de lucha, abandonó la Convención. Poco después, el 13 de julio, fue asesinado por la girondina Charlotte Corday.

Charlotte Corday: El ángel asesino

Charlotte Corday

(1768-1793). En el verano de 1793, la Revolución Francesa había tomado un camino violento y radical. En aquellos tiempos se vivió el período revolucionario conocido como el Terror. Extremistas jacobinos consiguieron hacerse con la Guardia Nacional y eliminar de la escena política a los girondinos, representantes de las posturas más moderadas. El 13 de julio de aquel año terrible, una joven de orígenes aristocráticos asesinaba a uno de los líderes más carismáticos de los denominados jacobinos, Jean-Paul Marat. Charlotte Corday quiso así terminar con el Terror en Francia pero conseguiría todo lo contrario.

El 9 de julio de 1793, dispuesta a llevar a cabo su cometido, Charlotte Corday marchó de Caen y se dirigió a París. Tras alquilar una habitación en el Hôtel de Providence se dirigió a la Asamblea Nacional para encontrar a Marat. Como allí no estaba el jacobino, Charlotte se presentó en su casa. Tras varios intentos por conseguir una entrevista con el periodista con el pretexto de que iba a facilitarle los nombres de los principales miembros de La Gironda dispuestos a organizar un levantamiento, consiguió acercarse a él.

Marat, el líder jacobino, trabajaba sumergido en una bañera debido a una enfermedad que sufría en la piel. Con una tabla de madera, se ayudaba para escribir sus textos revolucionarios.

Charlotte Corday no dudó y clavó un cuchillo en el cuerpo enfermizo de Marat. Murió en el acto. La joven girondina fue detenida e interrogada. Cuatro días después, el 17 de julio de 1793, fue ejecutada en la guillotina. Fue enterrada en el cementerio de la Madeleine.

En sus últimos momentos defendió su acto asegurando que mataba a un hombre para salvar a cientos. Pero el asesinato de Marat no resolvió los problemas, más aún, los agravó. Los jacobinos iniciaron un periodo de “Gran Terror”, se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron las persecuciones contra aquellos que no defendían sus ideas republicanas y democráticas. El asesinato de Marat lo convirtió en un mártir de la revolución y provocó un  endurecimiento de la política montañesa ante el empeoramiento de la crisis política.

Cincuenta años después, el escritor francés Alphonse de Lamartine relataría su historia y la denominaría el ángel asesino.

Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau

conde de Mirabeau

9 de marzo de 1749, castillo de Le Bignon, Nemours – 2 de abril de 1791, Conde de Mirabeau, fue un revolucionario francés, escritor, diplomático, francmasón, periodista y político, entre otras cosas.

La difícil relación con su padre determinó su duro ingreso en el ejército. Victor Riquetti no quiso comprarle un cargo a su hijo y, en consecuencia, este se dedicó a acumular deudas. Tras una intriga con la amante de su coronel de regimiento, se fugó a París siendo arrestado y encarcelado en la Isla de Ré. Sería la primera vez que este Marqués visitaba la prisión.

Al cabo de poco tiempo, fue liberado y se sumó a la expedición de la isla de Córcega para luchar contra el general corso sublevado Paoli. Después de regresar de esta expedición, en el año 1772, contrajo matrimonio con Emilie de Marignane, hija del marqués de Maignani. Emilie no tenía dote, pero esperaba heredar una gran fortuna. Con la ilusión de una gran herencia en mente, Honore Gabriel empezó a dilapidar una fortuna de la que todavía no disponía, hasta acumular grandes deudas en la provincia de Aix. Fue su padre quien, viendo la escandalosa situación de su hijo, interpuso una demanda de prohibición contra él ante los tribunales. El Marqués volvía a la cárcel.

Su liberación llegaría poco tiempo después, pero esta sería restringida, sólo podía moverse con libertad por su residencia. Ante esta perspectiva, Honoré Gabriel se fugó y fue a reunirse con su hermana, la marquesa de Cabris. En la localidad de esta, volvió a protagonizar escándalos: se batió en duelo con un notable local y fue perseguido por su padre quien, nuevamente, lo enviará a prisión. Esta vez, será preso en un fuerte y podrá beneficiarse de un régimen de libertad limitada gracias al favor del gobernador. Durante este periodo, frecuentará salones y se enamorará de la Marquesa Sophie de Joux de Monnier, joven esposa del presidente de la Corte de Cuentas de Dôle.

En esta época escribirá su Ensayo sobre el despotismo, de cuyo texto importa retener estas líneas: “(…) el despotismo es una manera de ser, horrenda y convulsiva. El deber, el interés y el honor ordenan resistir a las órdenes arbitrarias del monarca, y de arrancarle el poder con cuyo abuso puede destruir la libertad, si no existen recursos para salvarla (…). El rey es un asalariado, y el que paga tiene el derecho de despedir al que es pagado.”

Aunque la publicación de este ensayo fue anónima, pronto descubrieron que Honoré Gabriel era su autor y él huyó para evitar nuevamente la cárcel. Durante este tiempo perseguirá a la Marquesa de Monnier, quien había vuelto a Dijon junto con su familia para protegerse del marido al que había dejado por el Marqués de Mirabeau.

DIPLOMACIA Y ESPIONAJE

En 1785 partió hacia Prusia encargado de una misión especial para un ministro francés que pretendía operar un reacercamiento franco-prusiano a instancias del rey Luis XVI. El rey prusiano, Federico II rechazó la proposición que hacía llegar desde el ministerio. Sin embargo, a la muerte de este, Honoré Gabriel ofreció sus servicios al sucesor y sobrino de aquel, el rey Federico-Guillermo II, y en una carta abierta le propuso reformas políticas del orden del liberalismo, la gratuidad de la justicia y el derecho al empleo y a la educación. Despechado por la falta de interés del monarca, se vengó publicando una “Historia secreta de la corte de Berlín”, sátira del despotismo ilustrado. A esta publicación le siguió “La educación de Laura”, libro que podría parecer a primera vista la sencilla carta que una amiga le escribe a otra, pero que encierra un voluptuoso relato sobre la iniciación sensual y sexual. Nietzsche alabaría posteriormente el libro argumentado que este trataba acerca de todo aquello que les estaba prohibido hablar y sentir a la mujeres nobles en la época del Marqués de Mirabeau.

Escribió una memoria sobre Moses Mendelssohn y sobre la reforma política de los Judíos, e hizo gestiones para participar en la Asamblea de los Notables, celebrada en 1788, en la que su candidatura fue rechazada.

A partir de 1789, hizo campaña contra los privilegios en Provenza, convirtiéndose en un personaje muy popular entre los pobres. Fundó El Correo de Provenza y se unió a la Sociedad de “Los Amigos de los Negros”, publicando varios escritos que denunciaban las injusticias ligadas a los privilegios. Posteriormente, fue elegido diputado del Tercer Estado, tanto por Marsella como por Aix, y optó por esta última. En París, intentó sin éxito llegar a un entendimiento con otros diputados. Finalmente, 17 de agosto, presentó un proyecto de “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” y, el 19 de septiembre, hizo votar la “contribución patriótica”, apoyando la nacionalización de los bienes del clero.

Su capacidad de oratoria, el respaldo de las clases populares y sus actuaciones políticas, le empujaron a presentarse a Candidato de los Estados Generales en 1789. No fue elegido por sus pares, pero el Tercer Estado de Aix-en-Provence sí votó a favor de Honoré Gabriel y él consiguió su silla en los Estados Generales. Allí, su reivindicación de la nación provenzal y sus Cartas del Marqués de Mirabeau (1789) le colocaron en el centro de la política francesa. Su brillante oratoria y su trabajo en defensa del Tercer Estado acabaron por convertirle en presidente de la Asamblea Nacional Constituyente desde la que intervendría en cuestiones políticas fundamentales como la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, el Veto Real, la Ley sobre la Declaración de Guerra y la Constitución Civil del Clero.

Partidario de una monarquía constitucional fuerte y de peso, donde el poder del rey pudiera contrarrestar el de la Asamblea, defendió las prerrogativas reales, entre las cuales el derecho de “veto”. En octubre de 1789 entregó al rey una memoria en la que le aconsejaba partir para Rouen. Deseoso de acceder a una cartera ministerial, la Asamblea votó contra él, el 7 de noviembre, un decreto que prohibía la acumulación de los mandatos de diputado y de ministro en la misma persona. A partir de entonces, se mostró partidario de medidas extremistas y sometió al rey un ambicioso plan de corrupción y de propaganda, destinado a crear una violenta agitación social. El rey abandonaría entonces París, disolvería la Asamblea y haría un llamamiento a la Nación, llegando incluso a aplastar la capital mediante un bloqueo y la hambruna. Mientras tanto, de cara a la galería, el Marqués de Mirabeau mantenía sus discursos liberales ante la Asamblea.

Aún combatiendo el absolutismo, Mirabeau era sin embargo un defensor de un poder monárquico constitucional inspirado en el modelo británico. No pudiendo acceder a las carteras ministeriales, se convirtió en el consejero secreto de Luis XVI a partir de mayo de 1790. Pese a sus exhortaciones, jamás fue escuchado y su doble juego fue prontamente denunciado. Pese a todo, su popularidad era aún inmensa cuando le sobrevino prematuramente la muerte el 2 de abril de 1791, sentida ésta como un luto nacional.

Su cuerpo fue pomposamente sepultado en el Panteón, en una de las ceremonias primeras de la exposición de cadáveres en la Revolución. Fue retirado de allí, en 1793, cuando se descubrieron los papeles del armario de hierro de Luis XVI, que probaban su familiaridad con los reyes y su percepción de una pensión de manos del soberano. Es conocido como uno de los espías más conocidos de Francia.

George Jacques Danton

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Político de la Revolución francesa (Arcis, Aube, 1759 – París, 1794). A partir del estallido de la Revolución en 1789, este joven abogado se erigió como líder de las masas populares de París, con las que conectó gracias a su oratoria llana, su energía desbordante y su carácter vitalista.

Fue uno de los animadores del Club de los Cordeliers,aunque mantenía contacto con el de los Jacobinos. Apenas había entrado en la Administración revolucionaria de París cuando el intento de huida de Luis XVI a Varennes le hizo apoyar las peticiones de instaurar la República (1791); pero escapó a la represión sobre el movimiento republicano huyendo a Inglaterra y atrayéndose así las primeras acusaciones de inmoralidad.

A su regreso se convirtió en uno de los inspiradores de las jornadas revolucionarias de 1792 que dieron paso al régimen de la Convención; al principio ocupó en dicho régimen un papel político preponderante, teóricamente como ministro de Justicia, pero en la práctica actuando como un verdadero jefe de gobierno. Elegido diputado por París, se alineó con el radical partido de la Montaña, si bien sus ideas le inclinaban más bien a un compromiso con los rivales girondinos.

En 1793 propuso la creación de un sistema de Comités que ejercerían el poder ejecutivo ante la situación de emergencia creada por las amenazas interiores y exteriores contra el régimen revolucionario. Él mismo llegó a presidir el más importante, el Comité de Salvación Pública; sin embargo, tres meses más tarde fue expulsado y sustituido por Robespierre, dando comienzo un periodo de dictadura revolucionaria de los «montañeses».

Danton -que había apoyado la concesión de poderes especiales al Comité- se opuso a esa dictadura y a la sangrienta represión que lanzó contra toda clase de disidentes (conocida como el «Terror»); argumentando que las victorias militares obtenidas por los ejércitos revolucionarios en 1793 hacían ya innecesarias las medidas de excepción, organizó una campaña política en favor de la clemencia y de la aplicación de la Constitución.

Danton había sido acusado de corrupción y de cobardía por los girondinos, pues había aprovechado su influencia política para enriquecerse y se había ausentado cada vez que se acercaba el peligro; su talante de vividor volvió a quedar de manifiesto cuando, tras enviudar, tomó por esposa a una joven de 16 años y se retiró algún tiempo de la política. Los hombres de Robespierre y de Saint-Just (los Jacobinos) aprovecharon esta imagen de hombre sin escrúpulos para atacar a Danton y a sus partidarios (los «Indulgentes»); detenidos por el Comité de Salvación Pública, fueron juzgados por un Tribunal revolucionario y guillotinados a la semana siguiente.

Aunque nunca hizo explícito su programa de gobierno, Danton ha quedado para la historia como el símbolo de la Revolución en su aspecto puramente liberal, burgués, republicano, clemente y a la defensiva, mientras que Robespierre se relaciona con la fase más social y agresiva del proceso; pero en ese contraste, Danton queda también como el político corrupto frente a la integridad de Robespierre.

Georges Danton fue sometido a juicio por el Tribunal Revolucionario y murió guillotinado en la Plaza de la Concordia de París el 5 de abril de 1794.

Jacques Rénée Hébert

Jacques Rénée Hébert

Revolucionario francés. Nació el 26 de octubre de 1759 en la localidad de Arcis-sur-Aube. Hijo de un procurador.

Tras formarse como abogado se traslada a París, donde contrajo matrimonio con la hija de un hombre acaudalado. Gracias a un préstamo compró una prestigiosa posición legal y lleva una vida acomodada.

Al inicio de la Revolución Francesa en 1789, se dedica a la política y es presidente del club de los Cordeliers, radicales parisinos. En el año 1791 recayeron sobre él sospechas de que aceptaba sobornos de los monárquicos. Ocupó un cargo en una pequeña ciudad y no se convirtió en una figura relevante hasta la caída de la monarquía en 1792.

Fue ministro del gobierno provisional y elegido miembro de la Convención Nacional, en la que recibió ataques de los moderados, conocidos como girondinos. El conflicto se resolvió con la caída de los girondinos en junio de 1793. Trabajó en el Comité de Salvación Pública, el órgano ejecutivo de la República Francesa, aunque fracasó en su intento de acabar con la guerra entre Francia y las monarquías europeas a través de canales diplomáticos. Su aliado Robespierre, emergió como figura central del Comité. La jefatura de la República se encontraba desmembrada en 1794 debido a los conflictos entre los grupos y las acusaciones de traición. Fué el ideólogo del gobierno del Terror de Robespierre.

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La REVOLUCIÓN llega a su fin con la llegada al poder de Napoleón Bonaparte en 1799. En la tercera y última parte de esta serie de artículos, además de otros personajes relevantes, tendréis la vida y obra de Napoleón. Será él con quien pondremos punto y final a esta enumeración de personajes y de acontecimientos que podremos encontrarnos en el nuevo Assassins Creed Unity.

 Personajes más relevantes de la Francia del siglo XVIII.

NAPOLEÓN BONAPARTE2

MARQUESA DE POMPADOUR

MARQUESA DE POMPADOUR

Jeanne Antoinette Poisson, marquesa de Pompadour (París, 1721-Versalles, Francia, 1764).

Cortesana francesa. Hija de una familia de acomodada posición económica, en 1741 contrajo matrimonio con Charles-Guillaume Le Normant d’ Étoiles, asentista general de impuestos. Dicha unión le permitió frecuentar los círculos aristocráticos parisinos, en donde conoció al monarca Luis XV, de quien a partir de 1745 se convirtió en amante y una de las principales promotoras de la cultura durante el reinado de dicho rey.

Tras divorciarse de su marido, se trasladó al palacio real y adquirió una considerable influencia política (consiguió deshacerse de los ministros Orry, Monrepas, Argenson y Machault, y protegió a Bernis, Choiseul y Soubise), motivo por el cual ese período fue llamado «reinado Pompadour». Su ascendiente ante el monarca, no obstante, ha sido frecuente fuente de discusión entre los historiadores. Si bien la historiografía decimonónica la retrató como pieza capital en las decisiones políticas de Luis XV, en la actualidad se acepta su influencia en el terreno de las artes, pero se descarta que tuviera peso alguno en el gobierno de la nación.

Amiga de Voltaire, actuó en favor de los enciclopedistas promoviendo el proyecto de Enciclopedia de Diderot, y dirigió la construcción de varios palacios y castillos residenciales.

ANTOINE-LAURENT DE LAVOISIER

Antoine-Laurent de Lavoisier

(París, 1743 – id., 1794) Químico francés, padre de la química moderna. Orientado por su familia en un principio a seguir la carrera de derecho, Antoine-Laurent de Lavoisier recibió una magnífica educación en el Collège Mazarino, en donde adquirió no sólo buenos fundamentos en materia científica, sino también una sólida formación humanística.

Lavoisier ingresó luego en la facultad de derecho de París, donde se graduó en 1764, por más que en esta época su actividad se orientó sobre todo hacia la investigación científica. En 1766 recibió la medalla de oro de la Academia de Ciencias francesa por un ensayo sobre el mejor método de alumbrado público para grandes poblaciones. Con el geólogo J.E. Guettard, confeccionó un atlas mineralógico de Francia. En 1768 presentó una serie de artículos sobre análisis de muestras de agua, y fue admitido en la Academia, de la que fue director en 1785 y tesorero en 1791.

Su esposa, Marie Paulze, con quien se casó en 1771, fue además su más estrecha colaboradora, e incluso tradujo al inglés los artículos redactados por su esposo. Un año antes, éste se había ganado una merecida reputación entre la comunidad científica de la época al demostrar la falsedad de la antigua idea, sostenida incluso por Robert Boyle, de que el agua podía ser convertida en tierra mediante sucesivas destilaciones.

La especulación acerca de la naturaleza de los cuatro elementos tradicionales (aire, agua, tierra y fuego) llevó a Lavoisier a emprender una serie de investigaciones sobre el papel desempeñado por el aire en las reacciones de combustión. Presentó a la Academia los resultados de su investigación en 1772, e hizo hincapié en el hecho de que cuando se queman el azufre o el fósforo, éstos ganan peso por absorber «aire», mientras que el plomo metálico formado tras calentar el plomo mineral lo pierde por haber perdido «aire». A partir de los trabajos de Priestley, acertó a distinguir entre un «aire» que no se combina tras la combustión o calcinación (el nitrógeno) y otro que sí lo hace, al que denominó oxígeno (productor de ácido).

Los resultados cuantitativos y demás evidencias que obtuvo Lavoisier se oponían a la teoría del flogisto, aceptada incluso por Priestley, según la cual una sustancia hipotética –el flogisto– era la que se liberaba o se adquiría en los procesos de combustión de las sustancias. Lavoisier publicó en 1786 una brillante refutación de dicha teoría, que logró persuadir a gran parte de la comunidad científica del momento, en especial la francesa; en 1787 se publicó el Méthode de nomenclature chimique, bajo la influencia de las ideas de Lavoisier, en el que se clasificaron y denominaron los elementos y compuestos entonces conocidos.

En 1789, en colaboración con otros científicos fundóAnnales de Chimie, publicación monográfica dedicada a la nueva química. La expansión de la doctrina defendida por Lavoisier se vio favorecida con la publicación en 1789 de su obra Tratado elemental de química. De este libro, que contiene una concisa exposición de su labor, cabe destacar la formulación de un primer enunciado de la ley de la conservación de la materia.

También efectuó investigaciones sobre la fermentación y sobre la respiración animal. De los resultados obtenidos tras estudiar el intercambio de gases durante el proceso de respiración, en una serie de experimentos pioneros en el campo de la bioquímica, concluyó que la respiración es un tipo de reacción de oxidación similar a la combustión del carbón, con lo cual se anticipó a las posteriores explicaciones del proceso cíclico de la vida animal y vegetal.

Lavoisier fue asimismo un destacado personaje de la sociedad francesa de su tiempo. De ideas moderadas, desempeñó numerosos cargos públicos en la Administración del Estado, si bien su adhesión al impopular Ferme Générale le supuso la enemistad con el revolucionario Marat. Un año después del inicio del Terror, en mayo de 1794, tras un juicio de tan sólo unas horas, un tribunal revolucionario lo condenó a la guillotina.

BARÓN DE MONTESQUIEU

Barón de Montesquieu

(Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu) Pensador francés (La Brède, Burdeos, 1689 – París, 1755). Perteneciente a una familia de la nobleza de toga, Montesquieu siguió la tradición familiar al estudiar Derecho y hacerse consejero del Parlamento de Burdeos (que presidió de 1716 a 1727). Vendió el cargo y se dedicó durante cuatro años a viajar por Europa observando las instituciones y costumbres de cada país; se sintió especialmente atraído por el modelo político británico, en cuyas virtudes halló argumentos adicionales para criticar la monarquía absoluta que reinaba en la Francia de su tiempo.

Montesquieu ya se había hecho célebre con la publicación de sus Cartas persas (1721), una crítica sarcástica de la sociedad del momento, que le valió la entrada en la Academia Francesa (1727). En 1748 publicó su obra principal, Del espíritu de las Leyes,obra de gran impacto (se hicieron 22 ediciones en vida del autor, además de múltiples traducciones a otros idiomas). Hay que enmarcar su pensamiento en el espíritu crítico de la Ilustración francesa, con el que compartió los principios de tolerancia religiosa, aspiración a la libertad y denuncia de viejas instituciones inhumanas como la tortura o la esclavitud; pero Montesquieu se alejó del racionalismo abstracto y del método deductivo de otros filósofos ilustrados para buscar un conocimiento más concreto, empírico, relativista y escéptico.

En El espíritu de las Leyes, Montesquieu elaboró una teoría sociológica del gobierno y del derecho, mostrando que la estructura de ambos depende de las condiciones en las que vive cada pueblo: en consecuencia, para crear un sistema político estable había que tener en cuenta el desarrollo económico del país, sus costumbres y tradiciones, e incluso los determinantes geográficos y climáticos.

De los diversos modelos políticos que definió, Montesquieu asimiló la Francia de Luis XV -una vez eliminados los parlamentos- al despotismo, que descansaba sobre el temor de los súbditos; alabó en cambio la república, edificada sobre la virtud cívica del pueblo, que él identificaba con una imagen idealizada de la Roma republicana; pero, equidistante de ambas, definió la monarquía como un régimen en el que también era posible la libertad, pero no como resultado de una virtud ciudadana difícilmente alcanzable, sino de la división de poderes y de la existencia de poderes intermedios -como el clero y la nobleza- que limitaran las ambiciones del príncipe.

Fue ese modelo, que identificó con el de Inglaterra, el que Montesquieu deseó aplicar en Francia, por entenderlo adecuado a sus circunstancia nacionales. La clave del mismo sería la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, estableciendo entre ellos un sistema de equilibrios que impidiera que ninguno pudiera degenerar hacia el despotismo.

Desde que la Constitución de los Estados Unidos plasmó por escrito tales principios, la obra de Montesquieu ejerció una influencia decisiva sobre los liberales que protagonizaron la Revolución francesa de 1789 y la posterior construcción de regímenes constitucionales en toda Europa, convirtiéndose en un dogma del Derecho Constitucional que ha llegado hasta nuestros días. Pero, junto a este componente innovador, no puede olvidarse el carácter conservador de la monarquía limitada que proponía Montesquieu, en la que procuró salvaguardar el declinante poder de los grupos privilegiados (como la nobleza, a la que él mismo pertenecía), aconsejando, por ejemplo, su representación exclusiva en una de las dos cámaras del Parlamento.

DENIS DIDEROT

DENIS DIDEROT

(Langre, Francia, 1713-París, 1784) Filósofo y escritor francés. Fue el hijo mayor de un acomodado cuchillero, cuyas virtudes burguesas de honradez y amor al trabajo había de recordar más tarde con admiración.

A los diez años ingresó en el colegio de los jesuitas en Langres y en 1726 recibió la tonsura por imposición de su familia con el propósito -luego frustrado- de que sucediera como canónigo a un tío materno. En 1728 marchó a París para continuar sus estudios; por la universidad parisiense se licenció en artes en 1732, e inició entonces una década de vida bohemia en la que se pierde el hilo de sus actividades.

En 1741 conoció a la costurera Antoinette Champion, que no tardó en convertirse en su amante y con la cual se casaría dos años más tarde contra la voluntad de su padre, quien trató de recluirlo en un convento para abortar sus planes. Fue un matrimonio desdichado, marcado por la muerte de los tres primeros hijos en la infancia (sólo sobrevivió la cuarta hija, más tarde autora de la biografía de su padre). En 1745, inició una relación amorosa con Madame de Puisieux, la primera de una serie de amantes que terminaría con Sophie Volland, de la que se enamoró en 1755 y con quien mantuvo un intercambio epistolar que constituye la parte más notable de su correspondencia.

En 1746, la publicación de sus Pensamientos filosóficos, en los que proclama su deísmo naturalista, le acarreó la condena del Parlamento de París. Ese mismo año entró en contacto con el editor Le Breton, quien le encargó la dirección, compartida con D’Alembert, de la Enciclopedia. Durante más de veinte años, Diderot dedicó sus energías a hacer realidad la que fue, sin duda, la obra más emblemática de la Ilustración, a la cual contribuyó con la redacción de más de mil artículos y, sobre todo, con sus esfuerzos por superar las múltiples dificultades con que tropezó el proyecto.

En 1749, la aparición de su Carta sobre los ciegos para uso de los que pueden ver le valió ser encarcelado durante un mes en Vincennes por «libertinaje intelectual», a causa del tono escéptico del texto y sus tesis agnósticas; en la cárcel recibió la visita de Rousseau, a quien conocía desde 1742 y que en 1758 acabó por distanciarse de él.

En 1750 apareció el prospecto divulgador destinado a captar suscriptores para la Enciclopedia, redactado por Diderot; pero en enero de 1752 el Consejo Real prohibió que continuara la publicación de la obra, cuando ya habían aparecido los dos primeros volúmenes, aunque la intercesión de Madame de Pompadour facilitó la revocación tácita del decreto.

En 1759, el Parlamento de París, sumándose a la condena de la Santa Sede, ordenó una nueva suspensión; D’Alembert, intimidado, abandonó la empresa, pero el apoyo de Malesherbes permitió que la impresión prosiguiera oficiosamente. En 1764, Diderot comprobó que el editor censuraba sus escritos; tras conseguir que los diez últimos volúmenes del texto se publicaran en 1765, abandonó las responsabilidades de la edición.

Inició entonces un período de intensa producción literaria, que había dado ya frutos notables durante sus años de dedicación al proyecto enciclopédico

FRANÇOIS QUESNAY

François Quesnay

Economista francés, creador de la escuela fisiocrática (Méré, Île-de-France, 1694 – París, 1774). Tras formarse de manera tardía y autodidacta, François Quesnay llegó a hacerse cirujano en 1718; luchó contra las especulaciones propias de la medicina de la época y adquirió el suficiente prestigio como para convertirse en secretario de la Academia de Cirugía (1737) y médico de la corte de Luis XV (1752). Recibió la protección de la amante del rey, Madamme de Pompadour, que le ayudó a ganarse la confianza real como consejero.

Con más de sesenta años empezó François Quesnay a interesarse por la economía, a raíz de la obra de Mirabeau, El amigo de los hombres; del encuentro de ambos en 1757 nació la escuela economista ofisiocrática, que adoptó la forma de una secta elitista con Quesnay como maestro supremo y un reducido número de discípulos fieles (Mirabeau, Dupont de Nemours, Mercier de la Rivière, Baudeau…).

Los fisiócratas mantuvieron contactos con otros pensadores de tendencia ilustrada, como los enciclopedistas Diderot y D’Alembert (que permitieron a Quesnay redactar los artículos sobre «Granos» y «Agricultores» de su Enciclopedia) o la llamada «escuela de Gournay», a la cual pertenecía Turgot (el único del grupo que llegó a ejercer el poder en Francia, poniendo en práctica algunas ideas fisiocráticas).

La doctrina esencial de la fisiocracia se encuentra recogida en el Tableau économique (cuadro económico) que Quesnay elaboró en 1758, modificándolo y perfeccionándolo en múltiples ediciones posteriores. Se trataba de un modelo de reproducción económica que analizaba la circulación de la renta en una sociedad dividida en tres clases: agricultores, propietarios y los demás, a los que caracterizaba como clase estéril.

La agricultura era en aquella teoría la única actividad realmente productiva, de la que dependían todas las demás. En consecuencia, había que fomentar un desarrollo económico basado en una agricultura altamente capitalizada y tecnificada; y para ello propuso (en sus Máximas generales del gobierno económico de un reino agrícola, 1760) una política económica liberal: libertad de precios y de mercado, libertad de empresa y de cultivos, libertad de circulación y de comercio, reducción de las barreras aduaneras, simplificación del sistema tributario reduciéndolo a un único impuesto sobre la renta de la tierra.

Curiosamente, ese liberalismo económico iba unido a una preferencia política por el despotismo monárquico, un despotismo ilustrado: la mejor garantía de acierto en el gobierno sería una esmerada educación del príncipe, que le hiciera capaz de descubrir con las luces de la razón el orden natural del universo; la política económica correcta consistiría en dejar actual sin interferencias a ese orden natural.

Quesnay estaba fascinado por el modelo de empresarios agrícolas ricos e innovadores del norte de Francia y de los Países Bajos, y aspiraba a extender ese modelo a todo el país; mas para ello era necesario desmontar primero el entramado de regulaciones económicas heredadas de la época mercantilista. Su crítica al mercantilismo y al modelo económico intervencionista del Antiguo Régimen sentó las bases de la economía política liberal (que se desarrolló en Gran Bretaña a partir de Adam Smith) y ejerció una gran influencia en la época de la Revolución francesa (1789).

JACQUES LOUIS DAVID

Jacques Louis David

(París, 1748 – Bruselas, 1825) Pintor francés. Comenzó su formación con Boucher, un pariente lejano, y la completó con Vien, con quien viajó a Roma en 1776, después de haber obtenido el año anterior el Prix de Rome con Antíoco y Estratonice. Su estancia en Italia resultó decisiva, no sólo porque le permitió entrar en contacto con los clásicos, sino también porque lo sumergió en el clima artístico de la época, caracterizado por la difusión de los escritos de Mengs y Winckelmann que dieron origen al neoclasicismo.

Abrazó con convicción la nueva tendencia y llegó a convertirse en uno de los principales protagonistas del neoclasicismo europeo. Para David, el neoclasicismo fue el vehículo para oponerse a la frivolidad del rococó y superarla, y también para exaltar a través de la pintura unos ideales éticos, como la honestidad o el triunfo del sentido del deber, y ello hasta tal punto que en su obra el regreso a los ideales del clasicismo está al servicio de finalidades éticas, lo que resulta evidente en la mayoría de los temas elegidos.

En 1784, El juramento de los Horacios lo consagró como un gran maestro de la pintura; el rigor compositivo, la solemnidad y la intransigente subordinación del color al dibujo constituyen toda una exaltación de los ideales del neoclasicismo. Desde entonces hasta su muerte, fue una figura reconocida.

Participó activamente en la Revolución Francesa (fue diputado y organizador cultural) y después de un breve paso por la cárcel se convirtió en pintor oficial de Napoleón, del que realizó excelentes retratos, con particular mención para La coronación de Napoleón y Napoleón cruzando los Alpes. De sus obras del período revolucionario son emblemáticas el inacabado Juramento del Jeu de Paume y Marat asesinado, que forma parte de una trilogía de exaltación a los héroes de la Revolución. Tras la caída de Napoleón, se exilió en Bruselas, donde nunca consiguió superar sus creaciones anteriores.

Marat

MARQUÉS DE SADE

Marqués de Sade

(Donatien-Alphonse-François, marqués de Sade; París, 1740-Charenton, Francia, 1814) Escritor y filósofo francés. Conocido por haber dado nombre a una tendencia sexual que se caracteriza por la obtención de placer infligiendo dolor a otros (el sadismo), es el escritor maldito por antonomasia.

De origen aristocrático, se educó con su tío, el abate de Sade, un erudito libertino y volteriano que ejerció sobre él una gran influencia. Alumno de la Escuela de Caballería, en 1759 obtuvo el grado de capitán del regimiento de Borgoña y participó en la guerra de los Siete Años. Acabada la contienda, en 1766 contrajo matrimonio con la hija de un magistrado, a la que abandonó cinco años más tarde.

En 1768 fue encarcelado por primera vez acusado de torturas por su criada, aunque fue liberado al poco tiempo por orden real. Juzgado y condenado a muerte por delitos sexuales en 1772, consiguió huir a Génova. Regresó a París en 1777, donde fue detenido a instancias de su suegro y encarcelado en Vincennes.

En 1784 fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton, que abandonó en 1790 gracias a un indulto concedido por la Asamblea surgida de la Revolución de 1789. Participó entonces de manera activa en política, paradójicamente en el bando más moderado.

En 1801, a raíz del escándalo suscitado por la publicación de La filosofía del tocador, fue internado de nuevo en el hospital psiquiátrico de Charenton, donde murió.

Escribió la mayor parte de sus obras en sus largos períodos de internamiento. En una de las primeras, el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (1782), manifestó su ateísmo. Posteriores son Los 120 días de Sodoma (1784), Los crímenes del amor (1788), Justine (1791) y Juliette (1798).

Calificadas de obscenas en su día, la descripción de distintos tipos de perversión sexual constituye su tema principal, aunque no el único: en cierto sentido, Sade puede considerarse un moralista que denuncia en sus trabajos la hipocresía de su época. Su figura fue reivindicada en el siglo XX por los surrealistas.

JEAN LE ROND D’ALEMBERT

JEAN LE ROND D'ALEMBERT

Científico y pensador francés de la Ilustración (París, 1717-1783). Sus investigaciones en matemáticas, física y astronomía le llevaron a formar parte de la Academia de Ciencias con sólo 25 años; y resultaron de tal relevancia que aún conservan su nombre un principio de física que relaciona la estática con la dinámica y un criterio de convergencia de series matemáticas.

Sin embargo, su mayor renombre lo iba a alcanzar como filósofo. Junto con Diderot dirigió la Enciclopedia,compendio del saber de su tiempo que ha dado nombre a este tipo de obras hasta nuestros días; el propio D’Alembert redactó en 1751 el «Discurso preliminar», en el cual apuntaba el enfoque general de la obra, ligado a la filosofía de las «Luces». Su pensamiento resulta una síntesis entre el racionalismo y el empirismo, que subraya la unidad del saber y la fe en el progreso de la Humanidad a través de las ciencias, unificadas por una filosofía desprendida de mitos y creencias trascendentales.

Cuando la campaña de los reaccionarios contra la Enciclopedia consiguió que se prohibiera continuar su edición (1759), se retiró de la obra, dejando a Diderot como único director. Pero siguió sosteniendo el pensamiento crítico, humanista y reformista de los ilustrados desde su puesto como secretario perpetuo de la Academia Francesa (1772).

JEAN-JACQUES ROUSSEAU

Jean-Jacques Rousseau

(Ginebra, Suiza, 1712-Ermenonville, Francia, 1778) Filósofo suizo. Huérfano de madre desde temprana edad, Jean-Jacques Rousseau fue criado por su tía materna y por su padre, un modesto relojero. Sin apenas haber recibido educación, trabajó como aprendiz con un notario y con un grabador, quien lo sometió a un trato tan brutal que acabó por abandonar Ginebra en 1728.

Fue entonces acogido bajo la protección de la baronesa de Warens, quien le convenció de que se convirtiese al catolicismo (su familia era calvinista). Ya como amante de la baronesa, Jean-Jacques Rousseau se instaló en la residencia de ésta en Chambéry e inició un período intenso de estudio autodidacto.

En 1742 Rousseau puso fin a una etapa que más tarde evocó como la única feliz de su vida y partió hacia París, donde presentó a la Academia de la Ciencias un nuevo sistema de notación musical ideado por él, con el que esperaba alcanzar una fama que, sin embargo, tardó en llegar. Pasó un año (1743-1744) como secretario del embajador francés en Venecia, pero un enfrentamiento con éste determinó su regreso a París, donde inició una relación con una sirvienta inculta, Thérèse Levasseur, con quien acabó por casarse civilmente en 1768 tras haber tenido con ella cinco hijos.

Rousseau trabó por entonces amistad con los ilustrados, y fue invitado a contribuir con artículos de música a la Enciclopedia de D’Alembert y Diderot; este último lo impulsó a presentarse en 1750 al concurso convocado por la Academia de Dijon, la cual otorgó el primer premio a su Discurso sobre las ciencias y las artes, que marcó el inicio de su fama.

En 1754 visitó de nuevo Ginebra y retornó al protestantismo para readquirir sus derechos como ciudadano ginebrino, entendiendo que se trataba de un puro trámite legislativo. Apareció entonces suDiscurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, escrito también para el concurso convocado en 1755 por la Academia de Dijon. Rousseau se enfrenta a la concepción ilustrada del progreso, considerando que los hombres en estado natural son por definición inocentes y felices, y que son la cultura y la civilización las que imponen la desigualdad entre ellos, en especial a partir del establecimiento de la propiedad, y con ello les acarrea la infelicidad.

En 1756 se instaló en la residencia de su amiga Madame d’Épinay en Montmorency, donde redactó algunas de sus obras más importantes. Julia o la Nueva Eloísa (1761) es una novela sentimental inspirada en su pasión –no correspondida– por la cuñada de Madame d’Épinay, la cual fue motivo de disputa con esta última.

En Del contrato social (1762), Rousseau intenta articular la integración de los individuos en la comunidad; las exigencias de libertad del ciudadano han de verse garantizadas a través de un contrato social ideal que estipule la entrega total de cada asociado a la comunidad, de forma que su extrema dependencia respecto de la ciudad lo libere de aquella que tiene respecto de otros ciudadanos y de su egoísmo particular. La voluntad general señala el acuerdo de las distintas voluntades particulares, por lo que en ella se expresa la racionalidad que les es común, de modo que aquella dependencia se convierte en la auténtica realización de la libertad del individuo, en cuanto ser racional.

Finalmente, Emilio o De la educación (1762) es una novela pedagógica, cuya parte religiosa le valió la condena inmediata por parte de las autoridades parisinas y su huida a Neuchâtel, donde surgieron de nuevo conflictos con las autoridades locales, de modo que en 1766, aceptó la invitación de David Hume para refugiarse en Inglaterra, aunque al año siguiente regresó al continente convencido de que Hume tan sólo pretendía difamarlo.

A partir de entonces Rousseau cambió sin cesar de residencia, acosado por una manía persecutoria que lo llevó finalmente de regreso a París en 1770, donde transcurrieron los últimos años de su vida, en los que redactó sus escritos autobiográficos.

CHARLES HENRI SANSON

Charles Henri Sanson

(1740-1806) verdugo jefe de París. vio rodar 2.918 cabezas durante sus quince años como verdugo.

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REYES EN LA ESPAÑA DEL XVIII:

Ya que existe una posibilidad, por la cercanía de los paises, de que en algún punto de la historia aparezca España en el juego, pasamos a enumerar a los mandatarios de España del siglo 18.

FELIPE V

FELIPE V

(Versalles, Francia, 1683-Madrid, 1746) Rey de España (1700-1746). Segundo hijo del gran delfín Luis de Francia y de María Ana Cristina de Baviera, fue designado heredero de la Corona de España por el último rey español de la dinastía de los Habsburgo, Carlos II. La coronación de Felipe de Anjou en 1700 supuso el advenimiento de la dinastía borbónica al trono español.

En su primera etapa, el reinado de Felipe V estuvo tutelado por su abuelo, Luis XIV de Francia, a través de una camarilla de funcionarios franceses encabezada por la princesa de los Ursinos. Esta circunstancia indignó a la alta nobleza y la oligarquía españolas y creó un clima de malestar que se complicó cuando el archiduque Carlos de Austria comenzó a hacer efectivas sus pretensiones a la Corona española, con el apoyo de los antiguos reinos de la Corona de Aragón, pues los catalanes mantenían su resentimiento hacia los franceses a raíz de la pérdida del Rosellón y la Cerdaña transpirenaicos.

Tras contraer matrimonio con Maria Luisa Gabriela de Saboya, Felipe marchó a Nápoles en 1702 para combatir a los austriacos. Poco después regresó a España para hacer frente a los ataques de la coalición angloholandesa que apoyaba al archiduque austriaco y que precedieron al estallido de la guerra de Sucesión en 1704. El largo conflicto internacional adquirió en España un carácter de guerra civil en la que se enfrentaron las antiguas Coronas de Castilla y Aragón.

En 1707, la situación se tornó crítica para el soberano español, dado que, si bien había obtenido algunas victorias importantes, perdió el apoyo de Luis XIV, quien hubo de retirarse de la contienda a raíz de los reveses sufridos en el continente. Sin embargo, al margen de las alternativas en el campo de batalla, la muerte del emperador austriaco José I y la coronación del archiduque pretendiente como Carlos VI de Austria en 1711 dieron un vuelco radical a las cosas.

Si el origen del conflicto había sido el peligro de una unión de Francia y España, a pesar de la cláusula que lo impedía en el testamento de Carlos II, la nueva situación dio lugar a que británicos y holandeses dejaran de apoyar a Austria, también por razones geoestratégicas, y negociaran con España los tratados de Utrecht, de 1713, y de Rastadt, del año siguiente, por los que Felipe V cedía su soberanía sobre los Países Bajos, Menorca, Gibraltar, la colonia de Sacramento y otras posesiones europeas, al tiempo que renunciaba a sus derechos sucesorios en Francia, a cambio de lo cual era reconocido como rey de España.

Los catalanes, que entretanto habían proseguido la guerra en solitario, capitularon finalmente en 1715. El monarca emprendió entonces una profunda reforma administrativa del Estado de carácter centralista, cuyas líneas más significativas fueron el fortalecimiento del Consejo de Castilla y el Decreto de Nueva Planta de la Corona de Aragón, por el que disolvía sus principales instituciones y reducía al mínimo su autonomía.

Tras enviudar, casó enseguida con Isabel de Farnesio, quien se convirtió en su principal consejera y, tras apartar al grupo francés, tomó las riendas del poder con el propósito de asegurar el futuro de sus hijos, Carlos y Felipe. A través del cardenal Alberoni, promovió las campañas de Italia y de los Pirineos con la intención de recuperar los territorios perdidos a raíz de la guerra, pero la intervención británica impidió su propósito.

En 1723, a la muerte del regente francés, Felipe V abdicó en favor de su hijo Luis con la esperanza de reinar finalmente en Francia. Sin embargo, la muerte de Luis I ese mismo año a causa de la viruela lo llevó de nuevo al trono español. Esta segunda etapa de su reinado estuvo señalada por el avance de su enfermedad mental y el control que su esposa ejercía sobre los asuntos del reino. Las guerras de Sucesión de Polonia y Austria originaron los pactos de familia con Francia de 1733 y 1743, que clarificaron el futuro de los hijos de Isabel de Farnesio, al asegurar al infante Carlos el trono de España y al infante Felipe el Milanesado, Parma y Plasencia. La ocupación de este territorio suscitó el bloqueo naval por parte de Gran Bretaña, cuyas graves consecuencias económicas para España no llegó a ver el rey Felipe.

FERNANDO VI

FERNANDO VI

Rey de España (Madrid, 1712 – Villaviciosa de Odón, Madrid, 1759). Era hijo del primer matrimonio de Felipe V, a quien sucedió al morir en 1746 (y no en 1724, al morir su hermano Luis I, como habría exigido la norma sucesoria de la Casa de Borbón, ya que la reina Isabel de Farnesio empujó a Felipe V a recuperar el Trono y mantenerlo el resto de su vida).

Comenzó su reinado eliminando la influencia de la reina viuda Isabel y de su grupo de cortesanos italianos; de tiempos de su padre conservó, sin embargo, al marqués de La Ensenada como secretario de Hacienda, Marina e Indias, equilibrando su poder con el nombramiento de José de Carvajal para la Secretaría de Estado. La pugna entre ambos terminó en 1754, al morir Carvajal y caer Ensenada, pasando Ricardo Wall a ser el nuevo «hombre fuerte».

La política exterior de Fernando VI se orientó a conservar la paz, liquidando el belicismo del reinado anterior; con ello se pretendía reducir el peso de los gastos militares y concentrar las energías sobre el desarrollo interior. Terminada la Guerra de Sucesión austriaca (1740-48), España no intervino en nuevos conflictos. Antes al contrario, la Monarquía buscó su lugar en el equilibrio europeo firmando acuerdos con Portugal (Tratado de Límites, 1750) y con Inglaterra (Convenio de Compensación, 1750; Tratado de Aranjuez, 1752).

Los peligros de la situación italiana se conjuraron concertando una alianza matrimonial entre la hermana de Fernando VI y el heredero del Trono de Saboya (1750) y un tratado defensivo con Austria y Saboya (1752). El estallido de la Guerra de los Siete Años (1756-63) no desvió a España de su posición neutral, resistiendo las ofertas que hicieron tanto Francia como Inglaterra para intervenir en la contienda.

El pacifismo del reinado de Fernando VI permitió a sus ministros concentrarse sobre la reconstrucción económica y financiera del país. El proyecto de Ensenada pasaba por la implantación en Castilla de una Única Contribución directa proporcional a las fortunas familiares, medidas en virtud de un catastro que se levantó al efecto (1749-56); las dificultades y resistencias que suscitó aquella operación, sin embargo, hicieron que no pudiera ser aplicada hasta el reinado de Carlos III (1760) y aun entonces sólo de forma transitoria y parcial.

Otras medidas de reforma de la Hacienda fueron más eficaces: la administración directa de las Rentas Provinciales y la acción de los intendentes (a los que se dio una nueva ordenanza en 1755) permitieron prescindir de los arrendatarios particulares que mediatizaban la recaudación de los impuestos en beneficio propio; al mismo tiempo, la centralización de las transacciones exteriores del Estado en la oficina del Real Giro (1751-52) permitió prescindir de la costosa intermediación de banqueros y asentistas. Con todo ello mejoraron los ingresos de la Hacienda Real y, al mismo tiempo, se aligeró la presión fiscal, facilitando la recuperación económica.

La bonanza financiera del reinado permitió impulsar la reconstrucción de la Marina, vital para mantener el comercio trasatlántico y el imperio americano. Un nuevo Concordato con el Papado (1753) completó la obra de reforzamiento de la autoridad de la Corona en una línea regalista, al obtener el rey el derecho de patronato sobre las iglesias de Granada e Indias y renunciar el papa a apropiarse de los expolios y vacantes (herencias de los obispos fallecidos).

Como monarca ilustrado, don Fernando protegió las ciencias y las artes (especialmente la música), caracterizándose su reinado por un florecimiento cultural: creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1752) y de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País… Aquejado de problemas mentales, que se agravaron al quedar viudo de su única esposa, Bárbara de Braganza (1758), se retiró a su palacio de Villaviciosa, donde murió sin dejar descendencia, sucediéndole su hermano de padre, Carlos III, hasta entonces rey de Nápoles.

CARLOS III

Carlos III

Rey de Nápoles (1734-59) y de España (1759-88), perteneciente a la Casa de Borbón (Madrid, 1716-88). Era el tercer hijo de Felipe V, primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, por lo que fue su hermanastro Fernando VI, quien sucedió a su padre en el Trono español.

Carlos sirvió a la política familiar como una pieza en la lucha por recuperar la influencia española en Italia: heredó inicialmente de su madre los ducados de Parma, Piacenza y Toscana (1731); pero más tarde, al conquistar Nápoles Felipe V en el curso de la Guerra de Sucesión de Polonia (1733-35), pasó a ser rey de aquel territorio con el nombre de Carlos VII. La muerte sin descendencia de Fernando VI, sin embargo, hizo recaer en Carlos la Corona de España, que pasó a ocupar en 1759, dejando el Trono de Nápoles a su tercer hijo, Fernando IV.

Superado el «motín de Esquilache» (1766), que fue un estallido tradicionalista instigado por la nobleza y el clero contra los aires renovadores que traía Carlos III, se extendería un reinado largo y fructífero. En cuanto a la política exterior, el tercer Pacto de Familia firmado con Francia en 1761 alineó a España con Francia en su conflicto permanente con Gran Bretaña. Ello llevó a España a intervenir en la Guerra de los Siete Años (1756-63) y en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos de América (1775-83); como resultado final de ambas, España recuperó Menorca, pero no Gibraltar (al fracasar el asedio realizado entre 1779 y 1782).

A partir de entonces, las dificultades financieras obligaron a volver a la política «pacifista» del reinado de Fernando VI, mientras se ensayaban diversas mejoras en la Hacienda Real, como la emisión de vales reales (primer papel moneda) o la creación del Banco de San Carlos (primer banco del Estado).

En la línea del despotismo ilustrado propio de su época, Carlos III realizó importantes reformas -sin quebrar el orden social, político y económico básico- con ayuda de un equipo de ministros y colaboradores ilustrados como Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca, Wall y Grimaldi. Reorganizó el poder local y las Haciendas municipales, poniéndolos al servicio de la Monarquía.

Puso coto a los poderes de la Iglesia, recortando la jurisdicción de la Inquisición y limitando -como aconsejaban las doctrinas económicas más modernas- la adquisición de bienes raíces por las «manos muertas»; en esa pugna por afirmar la soberanía estatal expulsó de España a los jesuitas en 1767. Fomentó la colonización de territorios despoblados, especialmente en la zona de Sierra Morena, donde las «Nuevas Poblaciones» contribuyeron a erradicar el bandolerismo, facilitando las comunicaciones entre Andalucía y la Meseta. Reorganizó el ejército, al que dotó de unas ordenanzas (1768) destinadas a perdurar hasta el siglo XX.

Creó la Orden de Carlos III para premiar el mérito personal, con independencia de los títulos heredados. Protegió las artes y las ciencias; apoyó a las Sociedades Económicas de Amigos del País, en donde se agrupaban los intelectuales más destacados de la Ilustración española; sometió las universidades al patronazgo real y creó en Madrid los Estudios de San Isidro (1770) como centro moderno de enseñanza media destinado a servir de modelo. Creó manufacturas reales para subvenir a las necesidades de la Monarquía (cañones, pólvora, armas blancas, cristal, porcelana…), pero también para estimular en el país una producción industrial de calidad.

En esa misma línea, impulsó la agricultura (decretando el libre comercio de granos y organizando cultivos experimentales en las huertas reales de Aranjuez) y el comercio colonial (formando compañías como la de Filipinas y liberalizando el comercio con América en 1778).

Cuando el rey murió en 1788 terminó la historia del reformismo ilustrado en España, pues el estallido de la Revolución francesa al año siguiente provocó una reacción de terror que convirtió el reinado de su hijo y sucesor, Carlos IV, en un periodo mucho más conservador. Y, enseguida, la invasión francesa arrastraría al país a un ciclo de revolución y reacción que marcaría el siglo siguiente, sin dejar espacio para continuar un reformismo sereno como el que había desarrollado Carlos III.

Entre los aspectos más duraderos de su herencia quizá haya que destacar el avance hacia la configuración de España como nación, a la que dotó de algunos símbolos de identidad (como el himno y la bandera) e incluso de una capital digna de tal nombre, pues se esforzó por modernizar Madrid (con la construcción de paseos y trabajos de saneamiento e iluminación pública) y engrandecerla con monumentos (de su época datan la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado -concebido como Museo de Ciencias- o la inauguración del Jardín Botánico) y con edificios representativos destinados a albergar los servicios de la creciente Administración pública.

El impulso a los transportes y comunicaciones interiores (con la organización del Correo como servicio público y la construcción de una red radial de carreteras que cubrían todo el territorio español convergiendo sobre la capital) ha sido, sin duda, otro factor político que ha actuado en el mismo sentido, acrecentando la cohesión de las diversas regiones españolas.

CARLOS IV DE ESPAÑA

CARLOS IV DE ESPAÑA

Rey de España (Portici, Nápoles, 1748 – Roma, 1819). Sucedió a su padre, Carlos III, al morir éste en 1788. Fue un rey poco inclinado a los asuntos de gobierno, que dejó en gran medida en manos de su esposa María Luisa de Parma y del amante de ésta, Manuel Godoy. Inicialmente siguió el consejo de su padre de mantener en el poder a Floridablanca, pero en 1792 acabó por sustituirlo, primero por Aranda y luego por Godoy, que se mantendría como valido hasta el final del reinado.

Éste vino marcado por la Revolución francesa de 1789, que puso fin a los proyectos reformistas del reinado anterior y los sustituyó por el conservadurismo y la represión, ante el temor a que tales hechos se propagaran a España.

Desde 1792, además, el desarrollo de los acontecimientos en Francia condicionó la política internacional en toda Europa y arrastró también a España: tras la ejecución de Luis XVI por los revolucionarios, España participó junto a las restantes monarquías europeas en la Guerra de la Convención (1794-95), en la que resultó derrotada por la Francia republicana.

Cambió entonces Godoy el signo de la política exterior, alineándose España con Francia por los dos tratados de San Ildefonso (1796 y 1800); en consecuencia, España colaboró con Francia en su guerra contra Inglaterra de 1796-97, de nuevo en 1801 atacando a Portugal (Guerra de las Naranjas, que proporcionó a España la población de Olivenza) y, por último, en 1805, poniendo la flota española a disposición de Francia para enfrentarse a Gran Bretaña en la batalla de Trafalgar (en la que se perdió la escuadra).

Con tal sucesión de guerras se agravó hasta el extremo la crisis de la Hacienda; y los ministros de Carlos IV se mostraron incapaces de solucionarla, pues el temor a la revolución les impedía introducir las necesarias reformas, que hubieran lesionado los intereses de los estamentos privilegiados, alterando el orden tradicional.

Esa descomposición de la Monarquía se agudizó tras el Motín de Aranjuez (1808), por el que el príncipe heredero, Fernando VII, apartó a su padre del Trono y se puso en su lugar. Carlos llamó entonces en su auxilio a Napoleón, con quien había acordado poco antes dejar paso libre a las tropas francesas para invadir Portugal y luego repartírselo entre ambos; pero, aprovechando la debilidad de los Borbones españoles, Napoleón prefirió ocupar también España (dando comienzo la «Guerra de la Independencia», 1808-14) y se llevó a la familia real a Bayona (Francia).

Allí hizo que Fernando devolviera la Corona a Carlos, que a su vez se la cedió a Napoleón -como le había prometido-, para que éste terminara por entregarla a su hermano José I. Carlos permaneció prisionero de Napoleón hasta la derrota final de éste en 1814; pero en aquel año fue Fernando VII el repuesto en el Trono español, manteniendo a su padre desterrado por temor a que le disputara el poder. Carlos y su esposa murieron exiliados en la corte papal.

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Por último, uno de los personajes mundialemente más conocidos y trascendentales en la historia Francesa y mundial:

NAPOLEÓN BONAPARTE (1799 – 1815)

NAPOLEÓN BONAPARTE

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.

Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.

Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.

Juventud revolucionaria

A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.

Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.

En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.

Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.

Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.

Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.

Militar exitoso

Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.

Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.

El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.

Primer Cónsul

En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.

Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.

Napoleón, Emperador

La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.

La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.

Nada podía resistirse a su instrumento de choque, laGrande Armée (el ‘Gran Ejército’), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.

La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.

A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.

Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.

El ocaso

El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.

El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.

La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.

La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.

Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.

Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.

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Fuentes principales: biografiasyvidas.com y wikipedia

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