“Una vida feliz, y corta será mi lema”, concluye Bartholomew Roberts en el libro del Capitán Charles Johnson “Una historia general de los robos y de los asesinatos de los Piratas más notorios” (1724). La cita confirma más o menos la visión romántica de la vida de un pirata que la mayoría de las personas comparten, sin preocuparse por las dificultades. Los piratas disfrutaron de la libertad, pero ¿a qué precio?
El riesgo, por supuesto, era ser capturado y probablemente ahorcado. Pero entre tanto “abundancia y saciedad, placer y comodidad, libertad y poder” para los piratas frente a “pocos derechos, salarios bajos y trabajo duro” para los que escojan lo que Roberts llama “servicio honesto” – es decir, la Marina Británica.
El liderazgo pirata era nombrado no demandado – los capitanes inspiraban miedo en sus enemigos, pero su papel en la sociedad era más democrático que despótico. Primero eran elegidos, luego se esperaba que sirvieran a los mejores intereses de los otros miembros de la tripulación, sean estos pacíficos o belicosos. Así que, por encima de todo, el éxito de los piratas del Caribe del siglo XVIII se basa en las prácticas que se consideran justas por todos los involucrados.
Los piratas valoraban la lealtad a la tripulación, la honestidad y el comportamiento respetuoso – por lo que no luchan entre sí. Eran precisos acerca de la seguridad a bordo, como por ejemplo fumar sin cuidado y exigieron el uso de faroles en lugar de velas. La limpieza se impuso y su negligencia fue severamente castigada. Lejos de ser un canalla mujeriego rebelde, se decretó que los piratas hombres debían tratar a las damas con respeto bajo amenaza de pena de muerte.
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Traducción por Hugo Ochoa Martínez
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