Poco se sabe de los seres de la Primera Civilización, pero hallazgos recientes nos han permitido determinar ciertos hechos acerca de ellos. Los que nos precedieron eran originarios de nuestro planeta. Como nosotros, eran producto de la evolución, un proceso que sin duda llevó cientos de miles de años. Una teoría establece que los cráneos de yacimientos arqueológicos cercanos a Boskop, en Sudáfrica, constituyen una prueba fósil de su existencia.
Estos seres eran anatómicamente similares a los humanos, aunque eran más altos y sus cráneos aproximadamente un 30% más grandes. Se especula que sus cráneos de mayor tamaño también alojaban cerebros mñas grandes, lo que podría explicar que poseyeran seis sentidos, y los dotara de una percepción más sofisticada del tiempo y el espacio. Los que nos precedieron también tenían una vida más larga y pueden hallarse pruebas de su existencia por todo el planeta, no solo en las ruinas de su civilización perdida, sino también en nuestros propios mitos y leyendas.
Ciertamente, tras la catátrofe de Toba, los supervivientes de la Primera Civilización siguieron interactuando con la humanidad, influyendo en muchos aspectos de nuestras sociedades. Sospechamos que los antiguos panteones, como los griegos, los romanos, los etruscos, los indios y los mesoamericanos, entre otros, estuvieron muy influidos por los que nos precedieron. El hecho de que los mitos y deidades de distintas culturas guarden tantas similitudes no hace más que reforzar esta hipótesis.
Además, los datos reunidos por el proyecto Legacy y la investigación del Animus ofrecen pruebas irrefutables de que los seres que se hacen llamar Conso, Juno, Júpiter y Minerva eran miembros de la Primera Civilización.