Fantasmas de la Navidad Pasada
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=dwWCWhlGFGo]TREGUA DE NAVIDAD
El invierno ha caído sobre esta guerra y sólo podemos meternos en nuestros abrigos y trincheras, y alejar nuestra mente de tanto sufrimiento. Será una estación larga y cruel, y quienes sobrevivan verán más dolor antes de que este conflicto termine.
Rojo y Gangrena
Es Nochebuena y estamos muriendo aquí, en las trincheras. Hago lo que puedo por atender a estos hombres, pero no soy un sanador. Trato de aliviar su dolor hasta que los saquen del campo de batalla o los entierren en él.
Otro proyectil estalla cerca y nos salpica de barro helado. No me asusto, y suturo con mano firme la herida en la mejilla de un soldado. Nadie me reclama. Quizá el proyectil ha fallado.
Gibbons está agachado contra la pared. Se quita la bota y me enseña lo que queda de su pie. Se ha gangrenado. Con suerte, solo perderá los dedos. No tengo mucha fe en la suerte. Le digo que se ponga la bota y que la mantenga seca.
Aparece un hombre por encima de la trinchera. Buckley. Lleva a Crawson a la espalda. Le ayudo a bajarle, pero nos disparan y acribillan a Buckley. Los dos se tambalean sobre mí. Buckley se queda con la mirada fija y la boca abierta. Está muerto.
A Crawson le cuesta respirar y tiene una abolladura en el casco. Se lo quito con cuidado, pero al hacerlo le chorrea sangre por la cara. Sus extremidades sufren espasmos.
Subo por la escalera y miro el campo de batalla. Está cubierto por los cuerpos de los compañeros de mi unidad. Me gustaría ayudarles, pero ya es imposible.
La artillería enemiga se detiene. Pronto la nuestra hará lo propio. Oímos cánticos a lo lejos. ¿Hemos perdido?
Noche de Paz
Los cánticos de las líneas enemigas se oyen más, pero no es una provocación. ¿Tal vez pretenden que bajemos la guardia? No… Nos están señalando al proyectar sus voces. ¿Ha acabado la guerra?
Nuestro capitán transmite un mensaje cifrado a la base pidiendo instrucciones. Recibimos otro mensaje cifrado: PCO. Proceder con las órdenes.
Nuestros chicos recargan las armas y se preparan para el siguiente ataque, pero algunos empiezan a cantar. ¡Villancicos! ¡Eso es!
Nuestros exploradores toman el campo. Esperamos disparos, pero no hay respuesta.
Los alemanes han decorado su alambrada con jirones de ropa de colores. Han encendido velas y adornado los árboles de su campamento con ornamentos improvisados.
Unos soldados enemigos están atravesando la tierra de nadie con las manos en alto y cantando a voz en cuello. No llevan armas.
Con las manos manchadas de la sangre de Crawson, sigo a mis compañeros al campo para verlo por mí mismo. ¡Es cierto! Los alemanes parecen pedir una tregua. Smitts sugiere que aprovechemos la ventaja mientras están distraídos. Algunos chicos le responden indignados.
Todo está en Calma
Los alemanes traen regalos, sobre todo cosas que pueden reemplazar, como insignias y botones. Su inglés es tan malo como nuestro alemán, pero ellos están nerviosos. Son conscientes del riesgo y no están seguros de cómo vamos a reaccionar.
Volvemos al campamento a buscar regalos para los soldados alemanes. Saco de mi bolsa una novela y unos caramelos que me traje de Londres.
Pillo a Smitts cortando botones de la ropa de nuestros propios caídos. Le regaño y se escabulle como una sabandija asustada.
Vuelvo al campo y las líneas han desaparecido. Las tropas inglesas y alemanas se han unido en una sola. Todos somos víctimas del mismo horror.
Los alemanes intentan enseñar a dos de nuestros soldados un villancico suyo. Cuando los nuestros repiten la canción, suena como una parodia. Los alemanes no se ofenden, comprenden que la intención es buena.
Le doy a un médico enemigo mi novela, que es un estudio del Renacimiento italiano. Él alaba mi uniforme y comparamos nuestro instrumental. Ve la sangre en mis manos y frunce el ceño.
Entrego las golosinas a las tropas alemanas. Quieren brindar conmigo antes de comerlas, y no puedo evitar reírme. Ojalá fuesen mejores caramelos. Ambos bandos empezamos a pasarnos un balón, como en un partido amistoso.
Trueque
Llega al campo un general alemán. Le conozco, es Erich Albert. Su rango es alto. Dicen que es un genio. Al principio parece incómodo, pero pronto se relaja y se une a la celebración con sus hombres.
Albert se me acerca. Ve mi uniforme y me indica que le siga. También le hace el mismo gesto a su médico.
Los tres nos adentramos en el campamento enemigo. Oigo los gritos de dolor y adivino qué me van a pedir que haga.
En la trinchera enemiga, un soldado alemán se retuerce con varias heridas de bala en el torso. Está fatal. El médico alemán habla algo de inglés. “Por favor”, suplica señalando al herido. Asiento. Necesita que le atienda.
El soldado herido ahora está inconsciente, pero la rudimentaria operación ha salido bien. Le hemos extraído todas las balas del cuerpo y hemos cerrado las heridas, pero no sé si sobrevivirá. Albert me da una palmada en la espalda.
El otro médico vuelve a la celebración, por extraña que resulte. Albert extiende el brazo para darme la mano y ve que estoy contemplando su anillo. Es un círculo blanco con una cruz patada roja en el centro.
Albert se encoge de hombros y se quita el anillo del dedo. Me lo ofrece. Yo hago el mismo gesto y levanto la mano para enseñarle que no tengo anillo para intercambiar. Parece impresionado al descubrir la quemadura circular de mi dedo. Cuando ve asomar mi hoja oculta por la manga, me mira con pánico…
RENEGOCIAR
Hace seis días, el Mars Express Orbiter lanzó el Beagle 2 hacia el planeta rojo. 66 millones de libras de equipamiento, 3 años de intensa investigación y construcción, y ahora… Veremos si el maldito trasto es capaz de resistir siquiera el aterrizaje.
Anticipación
Me pone nerviosa que haya tanta gente fuera del centro de control. Cuantos más ojos nos observan, más difícil es mi trabajo. Por suerte, muchos andan pensando más en las vacaciones que en el aterrizaje, incluidos algunos de los ingenieros que tanto han trabajado en esta misión.
Mis colegas empiezan a ponerse nerviosos. Se afanan en mapas y datos como si aún tuvieran control sobre el resultado de la misión, y se quejan de los “turistas” que se apelotonan fuera.
Las conversaciones suben de tono y el ruido alrededor del centro de control se hace ensordecedor.
Matthew y June estarán desenvolviendo sus regalos, y con los pijamas puestos. Estoy harta de perderme tantos momentos de sus vidas, pero hoy debo estar aquí.
Mi agenda de trabajo es diferente de la mis colegas: voy un paso por delante de ellos. Preparo mis sistemas para la señal.
Vuelven a discutir sobre el Demonio Galáctico. La Maldición de Marte. Se ha tragado otra sonda. Voy a alimentar ese mito.
Mars Express confirma la señal, pero mis colegas no la ven. La recojo y mando la confirmación a una máquina: la mía. El enlace, los nuevos códigos de control… se vienen conmigo. Lo siento, amigos.
Pasarela
Ya está hecho. El ordenador está en su maletín, los sistemas van bien y lo mejor: nadie sospecha nada. El cachorro tiene un nuevo dueño, y hay que sacarlo de paseo.
“Bien, chicos, vigilad por mí. ‘Santa’ tiene que ir a casa con los chicos. Puede que el Beagle solo esté dormido. Seguro que no tarda en despertar.”
Les decepciona ver que me voy, pero siempre se meten conmigo por la cantidad de fotos de los niños que tengo en el despacho. Me comprenden… o eso creen.
Abro la puerta de la sala de control, y los de la fiesta se acercan para interpretar mi cara. No te traiciones. Finge una sonrisa. Creen que tengo buenas noticias. Les digo que hasta ahora todo parece ir bien, pero que seguimos esperando. Siguen con sus ruidosas conversaciones.
En el control de seguridad se me acelera el corazón. No hay razón para ello. Lo paso todos los días con el portátil. Wally me saluda con su cara de “Jojojó” y me desea felices fiestas. Yo hago lo mismo.
Un pequeño paseo por el aparcamiento, y por fin consigo salir de aquí. ¡No! ¡Wally! ¿Por qué me sigues?
“¡Espera, Vanessa! Te has olvidado de fichar. Puedo hacerlo por ti, pero tienes que firmar esto.” Firmo y le hago un guiño. Se ruboriza. ¡Echaré de menos esto!
Portando Regalos
Estoy en un pintoresco café esperando a alguien. Se llama Robert Getas, un empresario americano que contactó conmigo hace unos cinco años y me ofreció un saco de dinero. Nunca le he visto, pero he investigado sobre él. Dice que cambiará el mundo.
No es viejo, ni tampoco joven. No es atractivo, pero tampoco feo. Estatura media, peso medio, sin marcas, lunares… No es fácil distinguir a alguien así entre la gente. Pero lo intento.
Mis ojos le ven durante un instante pero acaban sobre otra persona y, cuando me doy cuenta de mi error e intento volver atrás, le he perdido. Avanza hacia mí vestido con su traje gris de lo más normal y sus gafas, y con la mano extendida.
“Robert”, digo, y le doy la mano.
“Por favor, llámame Rob. Creo que ya hemos trabajado juntos lo suficiente, ¿no crees?”
Le pregunto sobre el pago. Me asegura que ya ha sido depositado en la cuenta acordada. Estará congelado un tiempo, pero dice que no me preocupe. Los bancos no procesan tanta cantidad de dinero sin hacer preguntas, pero él me dará las respuestas.
“Así que ya está, ¿eh?” pregunta. “¿Qué está haciendo? ¿Cavando?”
Le digo que sí, que estará tomando muestras de suelo y preparando una sonda pronto. Le recuerdo que no me ha dicho lo que quiere de la Beagle 2. Asiente y le doy el portátil. Trato hecho.
Irse de la Lengua
Rob sale conmigo y, antes de marcharnos, me río y le digo que todo esto es bastante irónico. Yo metida en estos temas cuando mi madre siempre decía que Darwin formaba parte de nuestro árbol familiar. Rob me mira fijamente.
Sugiere un nuevo trato: trabajar para él en su oficina. Es bastante insistente.
Doy un paso atrás. Esto no me gusta. Le digo que lo que hecho en los últimos 5 años era para evitar tener que volver a trabajar en la vida. ¿Por qué iba a trabajar, ahora que tengo dinero?
No me gusta dónde me lleva esto pero no estoy en una situación ventajosa. No quiero cabrearle porque aún puede retener mi dinero, pero hay algo en la expresión de su cara que me preocupa mucho.
Me dice que el dinero se gasta demasiado deprisa, y que podemos hacer Historia, nosotros dos. Me ofrece volar con él para enseñarme las instalaciones. Le pregunto por su repentino interés.
Asiente… no sé por qué. De nuevo doy un paso atrás y choco con algo. Un bloque sólido.
El hombre alto me pone un trapo en la cara. ¡No! ¡No puedo…!
RESTAURACIÓN
Desafiaron a la monarquía y nos empujaron a la guerra. Prohibieron las celebraciones navideñas. Y lo peor de todo, decapitaron a mi padre, el rey. Tras años en el exilio, he vuelto a casa. Estoy listo para reclamar lo que es mío.
Guerra de Reyes
Los hombres están agotados tras la larga marcha pero ninguno se queja. Les miro sin la menor muestra de orgullo. Estamos listos para enfrentarnos a los parlamentarios. Pronto tomaré el lugar que me corresponde.
Muchos de mis soldados son montañeses curtidos en la batalla, pero los galeses realistas y los presbiterianos de Gloucestershire serán un buen refuerzo para nuestras filas. Lucharon con valentía bajo el pendón de mi padre. Me alegra tenerlos de mi lado.
La batalla comienza. Estamos en una clara desventaja, pero mis hombres luchan en cada seto de la ciudad. Las tropas de Cromwell son demasiado numerosas y perdemos terreno.
He enviado a dos unidades para frenar el avance parlamentario por el este. Guío a mis hombres y ataco Red Hill, pensando en mi padre. Sus gritos me alientan.
Es difícil luchar con este calor pero los parlamentarios retroceden y se retiran. ¡Es increíble! Cromwell manda más tropas… ¿De cuántos refuerzos dispone ese canalla? Nuestra retirada da comienzo. Huimos adentrándonos en la ciudad.
Maldito sea este calor… Empiezo a quitarme la armadura y un montañés viene a ayudarme. La herida que tiene demuestra que ha luchado con fiereza. Sonrío y su mirada me hace pensar que no ha perdido la esperanza. Encuentro una montura fresca, pero soy incapaz de alentar a mis tropas. Hoy no venceremos.
“¡Dios salve al Rey!” Reconozco la voz y luego veo a quien dice esas palabras: el conde de Cleveland. Me saluda y baja por la calle principal liderando una carga de caballería desesperada. Es la única oportunidad que tendremos. Escapamos por la puerta de San Martín.
La Huida del Rey
Estamos fuera de Worcerster, pero el viaje no ha hecho más que empezar. Los lores que me han ayudado a escapar son leales y darían su vida por salvar a su rey. Es mejor viajar con un grupo pequeño, así que dejo a mis hombres detrás. Que Dios los proteja.
Los parlamentarios han soltado a sus perros. Estarán buscándonos. Nos dirigimos a Stourbridge, pero está protegida por tropas parlamentarias. Encontramos lugares más seguros para viajar. Soy afortunado de encontrar aliados de confianza.
Me he recortado el cabello pero no me atrevo a mirarme en un espejo. Qué aspecto tan ridículo debo de tener en la guisa de uno de esos Cabeza redondas. La ropa que llevo es ruda pero confortable. Parezco un comunero.
Por fortuna, llueve todo el día, lo que dificulta la búsqueda de los parlamentarios. Pero la fortuna tiene un precio. Necesito ropa seca. Agradezco el calor y la comida tras un día entero en el bosque.
Nos ocultamos en el gran roble junto a Boscobel House. No temo a hombre alguno, pero las alturas me marean. A través del espeso follaje veo a los hombres de Cromwell debajo. Estoy tentado de lanzarles bellotas.
Mi caballo ha perdido una herradura. Ataviado como un sirviente, le llevo a un herrero. Con alegría me cuenta que los escoceses han sido vencidos pero que el canalla de Carlos Estuardo aún no ha sido capturado. Riendo, le digo que Carlos merece más la horca que todo el resto de los realistas juntos.
El capitán de un barco carbonero llamado Surprise acepta llevarme a Francia. Pide un precio adicional cuando se da cuenta de quién soy. No le culpo. La valentía, como la fortuna, tiene su precio. Abandono la costa de Inglaterra, vencido pero esperanzado.
El Exilio del Rey
¡Maldito Cromwell y sus lacayos! Estoy en el exilio, de nuevo. Recibo cartas con un extraño sello. No conozco el nombre de quien las escribe, ya que no revela su identidad. Pero puedo ver que aún tengo poderosos aliados en Londres.
Mi señor:
Aunque la situación parece desesperada, aún queda esperanza. Me han prometido, y puedo aseguraros, que vuestros fieles sirvientes pronto tendrán los medios para tomar el control del Parlamento.
Mi señor:
¡Qué terrible infamia! El usurpador ha sido nombrado Lord Protector de la Commonwealth. Nuestra causa, sin embargo, no está perdida, pues son muchos los que darían gustosos sus vidas por ver vuestro regreso.
Mi señor:
Ha llevado siete años, pero por fin el usurpador está muerto. Solo es cuestión de tiempo y el Parlamento os reconocerá como nuestro legítimo gobernante. Sed pacientes, mi señor.
Mi señor:
El hijo y sucesor del usurpador está débil y sin poderes, pero debemos ir con cuidado. Abdicará antes de un mes, os doy mi palabra.
Mi señor:
Es para mí un orgullo y una alegría escribir esta carta. El general Monck ha tomado control de Londres. Pronto os escribirá. Yo, vuestro fiel servidor, os insto a que sigáis su consejo.
El buen general me ha dado un consejo. Amnistiaré a los enemigos de mi padre, siempre y cuando me acepten como su legítimo rey. ¡Magníficas noticias! El Parlamento me ha proclamado rey. Debo ofrecer mi gratitud a mi misterioso benefactor.
El Regreso del Rey
He sido invitado a regresar a Inglaterra para recibir mi corona. Debo prepararme, hay muchas cosas que debo hacer cuando esté allí. Muchos errores que enmendar.
El viento sopla fuerte y el Sol brilla alto. Inspiro profundamente y miro por última vez a Breda. Ha sido mi hogar durante muchos años. A bordo del barco, el capitán me dice que augura un buen viaje. Sonrío, sabiendo que dice la verdad.
Varios barcos se unen al nuestro al aproximarnos a Dover. Mi nombre es proclamado a gritos y los cañones disparan salvas, pero mi mente está en otro lugar. Después de tantos años fuera, no veo el momento de poner pie en Inglaterra.
Por fin entro en Londres, el día de mi cumpleaños, precisamente. Hombres, mujeres y niños se regocijan con mi vuelta. Se ordena a los soldados que mantengan el orden, pero están bien entrenados, saben qué hacer y es una ocasión gloriosa. La Historia recordará este día.
Hoy devuelvo al pueblo el ritual de la Navidad y lo reciben con júbilo. Son la misma gente que luchó cuando se les arrebató esa fiesta. La misma gente que sufrió bajo las reglas puritanas en mi ausencia. Nunca más.
Me siento estúpido con este ropaje largo y pesado, pero no más de lo que me sentí cuando corté mi cabello. Aunque he sido rey durante años, esta es la corona que me fue arrebatada. Es la corona que anhelaba. La corona de mi padre.
Veo a un hombre hablar con el general Monck. Sostiene lo que parece una esfera envuelta en una gruesa tela. Tengo curiosidad, pero ahora debo inclinar la cabeza para recibir mi corona. Me sorprende que sea más ligera de lo que esperaba. Como mi corazón.
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Tengo un regalo de Navidad para tí. ¡Disfrútalo! -Erudito
Philippi, Macedonia
Rodeamos el cuerpo de Bruto, lamentando la pérdida de uno de los grandes defensores de Roma, que ha segado su propia vida. Marco Antonio nos ha enviado su mejor tela para envolver el cuerpo. Un gesto fútil, ya que al fin y al cabo fue su negativa a enfrentarse a Octavian lo que provocó nuestra derrota.
Fingiremos aceptar el gesto de Antonio por ahora, aunque hemos traído nuestro propio sudario… Envolvemos con él el cuerpo y nos apartamos. Nunca habíamos usado el Sudario y tenemos miedo.
¡Se mueve! Levantamos un borde del Sudario y Bruto abre los ojos. ¡Sus brazos se levantan y se doblan, llenos de vida! Sus dedos agarran el aire mientras recupera el control de su cuerpo.
No respira ni habla. Simplemente está ahí, inmóvil, sin parpadear. No está caliente, no reacciona al tacto.
Sea cual sea el poder del artefacto, no nos ha devuelto a nuestro Hermano. Cerramos sus ojos de nuevo. Nada indica que se había movido. Algunos de entre nosotros lloran. Es una segunda muerte.
Quitamos el Sudario y lo devolvemos a su caja de madera. Envolvemos a Bruto en el regalo de Antonio. Perdónanos, Hermano.
Nos han vencido, han vencido a Roma, pero ahora no es momento de responder. Debemos reagruparnos. Trazar un plan. Prepararnos para lo que vendrá.
Monteriggioni, Italia
Un mito convertido en milagro, la “sábana santa” ha llegado, recién arrebatada a los templarios en Francia. No quiero mirarla, pero debo confirmar que es lo que es. Me reúno con mis Hermanos en la Villa.
Mis Hermanos me han dicho que el propietario del Sudario, Godofredo de Charny, no sospecha. Hemos pagado una fortuna para sustituir su Sudario con una compleja réplica. Para eliminar ese error de la Historia.
Siento… algo… en el momento en que sale de la caja. El Mal. Se me revuelve el estómago. Empiezo a tomar notas.
La silueta de un hombre ha quedado plasmada en el Sudario, con los brazos abiertos a los lados y las palmas hacia arriba. Según los registros de la Iglesia, el rostro ha cambiado a lo largo de los siglos. ¿Diferentes hombres? ¿Quiénes son? Parece haber sido torturado.
El tejido ha amarilleado. Está viejo. Tiene manchas de sangre, algo lógico con heridas como esas.
Satisfechos con la posesión de lo que perseguíamos, doblamos el Sudario y lo devolvemos a su caja. Oigo palabras en mi mente. Otros pensarían que son espíritus, pero yo sé que solo me recuerdan la importancia de mi tarea.
¿Qué mejor lugar que nuestra ciudad amurallada para ocultar esas abominaciones a los hombres? Enterraremos el Sudario y nos aseguraremos de que siga oculto. Quemaremos los registros eclesiásticos y enviaremos quejas de fraude a los líderes religiosos. ¿Quién conoce sus fallos mejor que sus creadores?
Milan, Italia
Es de locos. ¿Qué habré hecho yo para cabrear a mis jefes? Cazando gamusinos en mitad de una zona de guerra mientras nuestros propios muchachos me tiran bombas. ¿Y para qué? ¿Es que a lo mejor es el de verdad? Llevo en esto casi veinte años y aún no creo que exista.
Voy con la cabeza agachada, aunque visto como un lugareño. Siento la bolsa llena de dinero como una pesada bola encadenada a mí. Esta gente sufre y no dudarían en arrancármela si supieran lo que llevo.
Busco el restaurante. Espero que aún esté en pie. Me reúno con uno de los Baguttiani, que parece ser uno de esos tipos pensadores, que pasan el día sentados contemplando la importancia de pasar el día sentados y contemplando.
El lugar parece vacío pero la puerta no está cerrada. En el interior, el hombre me espera. Está nervioso. Es lógico. He sacado mi arma. No me fío de nadie.
Me responde señalando una caja de madera encima de uno de los bancos. No parece gran cosa. Dejo mi bolsa en la mesa que hay cerca, con la mano cerca del arma.
Abro la tapa de la caja y echo un vistazo. Hay algo plegado. Huele un poco a moho. Está tan sucio, que podría ser la ropa apestosa de este tipo.
Cuelgo el logotipo metálico de la compañía de mi llavero y veo cómo tiembla cuando me acerco a la caja. Miro al hombre y afirma con la cabeza. Espero un minuto. Tal vez sea el retumbar de una bomba cercana. No se detiene. Que alguien me pellizque.